Acabaron las clases, concursos, proyectos, olimpiadas de distintas materias, erasmus, encuentros musicales y deportivos, las visiones súper y las pisapruebas o similar. También los retratos de las autoridades en los altares de esas actividades en los centros.

Ahora, a planificar otro curso, con el naife entre los dientes, negociar plantillas, ratios y grupos: comienza la "otra" calidad, la económica, la que cuenta con el plus del voluntarismo para la calidad que no se quiere presupuestar económicamente. Esa esquizofrenia empieza en junio, al abrir el Calplan (aplicativo informático que asigna ratios, grupos y profesorado por centro) y que realmente marca la calidad de cada curso.

Y en esas estaba, recordando los lamentos de los equipos directivos, de las familias con hijos en edad escolar, de interinos y sustitutos o del profesorado talludito que vive este final de su vida profesional como la peor etapa vivida, cuando recibí una carta de la consejera. Justo cuando empezaba a desconectar, la intromisión en la vida doméstica que supone un correo electrónico me puso la madre del revés. Quisiera responder.

Cuatro puntos tiene mi respuesta, consejera, como los doce cascabeles de mi caballo por la carretera, en este su segundo curso de su primer mandato de la Era de la Postverdad: 1) 18 horas lectivas; 2) desburocratización de la enseñanza y atención social en los centros; 3) ratios adecuadas a la calidad que se pretende vender; 4) revisión de la escalada de la evaluación, terrorismo evaluativo, que se basa más en lo que ponen los informes por si reclaman, que en el proceso de enseñanza.

Este curso pasará a la historia por la vuelta a casa de los sexenios. También, por el apoyo a los presupuestos estatales, no sé si son pre o supuestos, cómplices necesarios de una realidad que nos disgusta. No hemos recuperado las condiciones de antes de la crisis, proliferan titulares, humacera de distracción, con tal de no devolvernos las dos horas que impusieron a cuenta de la crisis que dicen que acabó, tenemos muchísimos alumnos y una ratio excesiva. Y a cuenta de las competencias (ese modelo educativo que asimila el alumnado a electrodomésticos), la burocracia se multiplica exponencialmente hasta el infinito y más allá. Lo único que han simplificado son los apartados de las memorias, donde podemos quejarnos. Sin embargo, parece más importante lo que recoge la situación de aprendizaje sobre el color de la pelota del partido programado para el cuarto día del segundo mes; también si las competencias adquiridas se pueden ahogar en una playa de El Algarve en agosto o la multiespecialidad de la que gozan algunos supervisores, a juzgar por las intromisiones rayando el intrusismo en los procesos de aula. Mientras, unas con más fortaleza que otros, resistimos el vapuleo que nos da la presión social y burocrática, fluctuando entre la baja médica y la dignidad.

Sra. consejera, considere la auténtica calidad educativa, la importante, la que no sale en fotos sino en gráficas. Los incendios del verano se apagan en invierno; esta planificación marca la vida cotidiana de los centros. No incluya en sus cálculos para ahorrarse unos eurillos mi profesionalidad y mi labor voluntaria en proyectos y actividades. Ya sé que sale más barato la ilusión de los sexenios que el número de profesorado que realmente necesita la escuela pública canaria, pero ratios, grupos y plantilla son las coordenadas de la navegación, por favor, por favor, marque el rumbo adecuado para que la calidad educativa no sea un simulacro.

*Profesora