Por encima del relieve político y social del cargo que, con ayuda de "sus amigos y cómplices" (De la Morena dixit) ejerció como un sátrapa, el sujeto entra aquí por razones de estética o, mejor dicho, por la carencia absoluta de esta disciplina que hace la vida más bella, justa y armónica. En sus acciones fue, día a día, un hortera absoluto sin voluntad ni capacidad de redención. Entiendan pues que no procede pedir elegancia a la trapacería.

Como si se tratara de un jefe de estado o un miembro de la familia real, la detención del bilbaíno -con Gorka, su hijo, su lugarteniente Juan Padrón y otros federativos- sacudió el tórrido verano y confirmó lo que todos -de los poderes del estado para abajo- sospechaban pero pocos osaban enfrentar. Indemne en algunas refriegas judiciales, ahora está investigado por "falsedad documental, administración desleal, corrupción entre particulares y apropiación indebida". Con la presunción como premisa, nadie duda de la existencia y poder del Villarato, que transformó a la Federación Española de Fútbol en el escenario idóneo para todo tipo de irregularidades y una gestión desastrosa y torticera en materia económica y deportiva.

Aquel futbolista oscuro y tenaz, que llegó a la fama por una cobarde agresión a Johan Cruyff, se graduó en leyes por la ayuda que, entonces, dieron las universidades vascas a deportistas y abertzales. Con el título en el bolsillo, buscó la pomada y, cuando la disfrutó, mantuvo el pesebre con uñas y dientes y una cadena de favores económicos y arbitrales, con colaboradores de su calaña en organizaciones territoriales y clubes.

A estas alturas no cabe el asombro ante la multiplicación de delincuentes de guante blanco en todas las esferas; pero este escándalo anunciado tiene especial gravedad porque toca de lleno la única pasión planetaria del siglo XXI, y porque se desarrolla en el terreno de los sentimientos que estos presuntos corruptos usaron para enriquecerse de modo obsceno (la justicia dirá cómo, desde cuándo y hasta dónde). Con el desencanto y la náusea que trasuntan estas líneas, no le concedo al pícaro iletrado la posibilidad de un gesto digno en su biografía; la dimisión, por ejemplo. Se irá por la fuerza de la ley, tres décadas después y sin saber pronunciar la palabra -furgo decía en su pedestre oratoria- tan rentable para él y su parentela.