Amaneció un día más del mes de julio, y desde la atalaya de San Joaquín no se percibe en la Plaza Fuerte de Santa Cruz ningún sonido, ni el humo del acallado disparo que puso fin a la contienda y que el viento del sur se ha encargado de dispersar. Tampoco se escucha el trino del pobre pajarillo que cantara Antonio Zerolo en su poema: Símbolo, y que murió junto a la iglesia profanada, cercana al convento de los dominicos que fue invadido por los atacantes para resguardarse de la defensa ciudadana, que el azar convirtió en la prisión circunstancial que los aisló del resto de las fuerzas de desembarco, cuyo jefe, el capitán Troubridge, conocía el fracaso del refuerzo enviado en su ayuda desde la escuadra, aunque ignoraba la herida causada a su contralmirante, caído dentro de la lancha de desembarco por una andanada del cañón El Tigre, apostado en la tronera habilitada para cubrir la zona de la playa del Castillo, hoy plaza de España.

Ante estas evidencias, unidas al asedio progresivo de los defensores, que se fueron sumando a la ofensiva, al comandante de las fuerzas no le quedó más remedio que enviar un oficial para parlamentar a San Cristóbal, y volver a insistir, ante la presencia del general Gutiérrez, con la bravucona exigencia de la rendición de la Plaza. Pretensiones que no tuvieron eco en el ánimo del mandatario, y por las que se vio obligado a capitular con la condición de que la escuadra se comprometiera a no atacar más a Santa Cruz ni a ninguna otra isla de las Canarias. Promesa que más tarde sería incumplida por la presencia de las conocidas fragatas Minerva y Lively, que con su abundante velamen patrullaban al acecho sin descanso el litoral de la Isla, para abordar a las embarcaciones que se dirigían al puerto. Prueba de ello la tuvieron Humboldt y Bonpland, cuando a bordo de la Pizarro, un año después lograron escabullirse de su vigilancia, apostadas al pairo, y fondear a salvo en la bahía santacrucera. Un acoso, como el frustrado desembarco del 5 de septiembre de 1797, por el barranco de Masca y puerto Santiago, que iría paulatinamente desapareciendo hasta desembocar en los nuevos avatares que el inmediato siglo diecinueve traería consigo.

Pero, volviendo de nuevo a la efeméride de la victoria sobre las armas inglesas, el silencio posterior al disparo crucial que hirió a Nelson, tuvo como consecuencia la ceremonia de la rendición de las fuerzas atacantes, que formaron en la plaza de la Pila en presencia de la población, para luego desfilar de una forma simbólica con sus armas descargadas y proceder al embarque en las naves de la división de su escuadra, derivadas por el viento reinante hasta la zona de San Andrés. Aunque estas operaciones fueron posteriores a los hechos bélicos de los cuatro días del ataque, de los que se pusieron las capitulaciones en conocimiento al doliente Nelson, que firmaría con su mano izquierda postrado en la cámara del Teseo, fueron el epílogo de una ofensiva que puso punto final a los muchos avatares padecidos por las islas a lo largo de los siglos; donde un disparo fortuito y el trinar agónico de un pajarillo compusieron el silencio de lo que sería años después la callada ofensiva económica de los britanos, ayudados por el abandono palpable de una nación, que hizo pronunciar al cronista Joaquín Dicenta en el Liberal de Madrid, después de una rápida visita a Tenerife y Gran Canaria: "Que las Canarias, pese a ser españolas, son prisioneras de Inglaterra, que las tiene envueltas en sus redes económicas porque el Gobierno español no se cuida de atenderlas como merecen sus intereses materiales, morales y administrativos; y como es lógico Inglaterra gana terreno de día en día y España lo pierde". Premonitorias palabras de lo que luego ha sido un hecho palpable en la situación estratégica de las islas, capaces por sí mismas de erradicar las desidias del pasado y seguir reivindicando un trato igualitario al resto de las provincias que componen este Estado; muchas veces más alejado políticamente de lo deseable y que ahora está amenazado por exigencias segregacionistas. A doscientos veinte años del cañonazo que trajo el silencio, los canarios y los que se consideran tales esperamos que este sea el revulsivo para esa condición de igualdad, que hemos reivindicado desde que unos soldados de fortuna irrumpieron en la vida pacífica de un pueblo establecido mucho antes, venido de la cercana costa africana.

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