Trotsky y Lenin discreparon. Trotsky en 1918 retiró al Ejército rojo del frente con Alemania sin firmar la paz. Se anunciaba que la revolución era inminente en los países más industrializados; no ocurrió. Trotsky confiaba en la "revolución permanente" en el mundo. Lenin, en cambio, apostó por la revolución rusa.

Los odiados, por los soviéticos, líderes socialdemócratas alemanes Kautsky, Bernstein... adoptaron la vía de reformas con libertad. Los partidos conservadores comprendieron que la forma de contener los huracanes revolucionarios que amenazaban Europa era desarrollar los derechos de los trabajadores. Al tiempo la historia emitió su veredicto: la construcción del Estado del Bienestar es obra de conservadores y socialdemócratas

El exministro de Zapatero Miguel Sebastián afirmaba hace poco que las dificultades de los partidos socialdemócratas se debían a que los partidos conservadores se habían apropiado casi por entero de sus programas. Ya hemos visto que no era nuevo históricamente. Lo nuevo es que lo reconozca un socialista español. Quedaba un adarme de análisis.

Entretanto la izquierda no se resigna ni a la defunción ni evolución. Vive focalizada en principios antiguos y viejas recetas, en un mundo que fue. Es una izquierda que ha inmolado la razón y el análisis en favor de un catecismo de anatemas. Dicen cosas tan tajantes como simples sobre lo que no tienen ni que argumentar ni analizar, y que invocan como chamanes: "trabajo malo", "recortes", "desigualdad", "reforma laboral, no", y "el cambio". Principio y fin. El sindicalismo aportaría su patrimonio (el "spray"), y no habría diferencias con Podemos, salvo el talante, para un programa conjunto. Con idéntico diagnóstico para la agitación. Juntos no necesitarían mucho tiempo para destruir la economía y triplicar el paro. Sería el momento en que tendrían que atender las magnitudes objetivas: hechos, números, resultados, curvas de evolución, diagramas, informes mundiales; someterse a la economía global como marco fundamental de referencia. La izquierda sigue anclada en el estatismo, el marco nacional como burbuja, la beneficencia como horizonte, todo ello incompatible con la economía mundializada, la erosión del poder del Estado y la imposibilidad de esquivar productividad y competencia como el conjunto de novedades que surgen sin cesar.

Esta política herrumbrosa, digna de museo industrial, ha sido superada por las nuevas formulaciones que encaran el futuro, como es el socioliberalismo: actualización de lo social en los contextos globales, con la restitución de iniciativa creadora al individuo. Emprendedores, nuevas economías y tecnologías. Quienes no son vistos como regresión absoluta son los socioliberales, sea el presidente francés Macron, sea Ciudadanos en España.