En ocasiones he mencionado lo complicada que a veces resulta la labor de los comentaristas, sobre todo quienes se ven obligados a escribir varias colaboraciones diarias. Gracias a que tienen el inacabable campo de la política -o el deportivo- para llevar a cabo su trabajo, pues si no fuese así sus artículos serían repetitivos y la gente acabaría no leyéndolos. De vez en cuando esos profesionales creo yo que deben sentir cierto alivio si la actualidad, ajena a la rutina, los obliga a tratar algún tema que, por su experiencia, saben que será bien acogido por el gran público. Un accidente ferroviario en India -bueno, en India no, puesto que allí son frecuentes y ya estamos acostumbrados a saber de ellos-, la consecución de un premio Guinness, el alumbramiento de quintillizos en un país sudamericano.., son motivos suficientes para que el articulista de turno demuestre su buena mano para hacer llegar a sus lectores la parte humana de la noticia, alejada totalmente de los manidos tópicos que se ve obligado a emplear en sus trabajos habituales.

Una de las cosas que más molesta a la ciudadanía -dejemos a un lado la suciedad, el mal estado de parte del mobiliario urbano o las cacas de los perros- es la profusión de grafitis. Los ve uno por todas partes, si bien debemos reconocer que algunos son auténticas obras de arte. Lo que nadie soporta, sin embargo, es que "estas firmas, textos o composiciones pictóricas realizados generalmente sin autorización en lugares públicos, sobre paredes u otras superficies resistentes" invadan lugares que merecen una conservación extrema a causa de su significado, bien sea histórico, cultural o folclórico. Existen muros de cerramiento de fincas y solares -por desgracia, muchos, debido a la crisis que ha sufrido la construcción- en los que estos seudoartistas podrían desarrollar su seudoarte con total impunidad, pero no es de recibo que elijan como soporte los de un edificio público, la superficie de una escultura que embellece el entorno urbano o los paramentos pétreos de un parque.

Dicho lo anterior me sorprende bastante que nadie haya hecho mención a la noticia que publicó EL DÍA el pasado 9 de mayo relacionada con la identificación de varios grafiteros; en concreto, ocho. Para ser sincero con mis lectores, he de reconocer que dudé mucho de su efectividad cuando nuestro ayuntamiento anunció el pasado mes de enero que iba a crear un gabinete técnico grafológico. Y no porque creyera que sus frutos iban a ser escasos, sino precisamente por todo lo contrario. Impenitente lector de novelas policíacas en las que a menudo la grafología interviene de manera decisiva, soy consciente de los grandes inconvenientes que presentan sus resultados, muchas veces no aceptados por los tribunales. Hay falsificadores muy hábiles a los que Dios parece haberles dado una gran facilidad para imitar las letras de los demás, y si eso lo logran muchos sin ser descubiertos al redactar textos relativamente largos, ¿cuánta mayor será esa dificultad si lo que se pretende "desentrañar" es la identidad de quien solo se dedica a "grafitear" signos sin significado, solo garabatos? Pues eso, sencillamente, es lo que ha logrado el equipo creado por el ayuntamiento, si bien me da la impresión de que esa actividad, vamos a llamarla así, no está muy penada por las leyes. Una vez puestos en libertad -ni siquiera eso, pues estoy seguro de que ninguno de los ocho han visto las paredes de un calabozo, al menos por ese motivo- es muy probable que reanuden su afición para desespero de los ciudadanos. Habrá que soportarlo, pues son chicos desarraigados, producto de hogares problemáticos...