Polonia ha tenido cinco premios Nobel de Literatura: Henryk Sienkiewick, Wladyslaw Reymont, Isaac Bashevis Singerdos, Czeslaw Milosz y la única mujer, Wislawa Szymborska. Estos dos últimos han sido poetas.

La pasada semana se concedió el Premio Princesa de Asturias de Literatura a otro escritor polaco: Adam Zagajewski, conocido sobre todo por su faceta como poeta, pero del que hay que decir que es también un gran narrador y un magnífico pensador. Destaca capacidad poética para encontrar, en medio de la multitud cotidiana, un chispazo de verdad que nos hace ver la realidad.

Zagajewski nació en 1945, en Lviv (actualmente Ucrania). Se crió no lejos de Auschwitz. La memoria humana aún se resentía de esos horrores que habían ocurrido tan cerca, y era muy consciente de lo antinatural, que era la situación de su familia: tuvieron que abandonar Lviv -la ciudad donde habían vivido durante generaciones-, de modo que fue una sucesión de hechos tremendos, aunque al mismo tiempo fue también algo que le concedió lo que hoy es su bagaje poético, que está mucho más enraizado en la historia. Vivió posteriormente en Cracovia, pero debido a la falta de libertad en la comunista Polonia, se exilió a París en 1982, y posteriormente a Estados Unidos, donde ha sido profesor en la Universidad de Chicago.

En uno de sus poemas, "Caras", indica:

"Pensé que las ciudades no las construyen las casas, / ni las plazas o las avenidas, los parques, las anchas calles, / solo las caras que se iluminan como lámparas, / igual que los sopletes de los soldadores que por la noche / reparan el hierro entre nubes de chispas".

Caras, personas, sentimientos, sensaciones. Necesitamos de la poesía como necesitamos de la belleza, afirma el autor polaco. La poesía debe hablar por sí misma y contener, junto a otras muchas cosas, su propio programa.

El poema ideal, indica Zagajewski, es el que consigue una transformación. Comienza con algo cotidiano que cualquiera puede compartir, y después de alguna manera hace una cata en algo más profundo; un momento cotidiano se convierte en una epifanía.

Libro de memorias y diario, "En la belleza ajena" puede considerarse, hoy por hoy, la obra maestra de Adam Zagajewski. Es uno de esos libros capaces de cautivar al lector desde las primeras páginas. Defensa de la poesía y meditación sobre la historia; estampas de ciudades vívidas y semblanzas de personas célebres y anónimas; pequeños ensayos sobre grandes temas.

En su libro "En defensa del fervor", Zagajewski señala que la inspiración no sólo acompaña a los poetas y novelistas, sino también a los músicos y pintores, a algunos científicos y predicadores, e incluso a los que escriben largas y hermosas cartas. La inspiración, recalca, es necesaria para la Humanidad no por estar cargada de euforia y alegría, sino porque parece elevarnos por encima de la red trivial de circunstancias, que son nuestro pan de cada día y nuestra cárcel.

Adam Zagajewski es un poeta de la claridad. En sus versos asoman inviernos infinitos, sabor de hojas, arboledas y sonidos, casas, violonchelos, aeropuertos, los vivos y los muertos... Poeta exiliado, la suya no es, sin embargo, una poesía del exilio.

En su último libro publicado en España, "Releer a Rilke", el poeta polaco señala que el ámbito fundamental de la poesía es la contemplación, a través de la riqueza del lenguaje, de las realidades humanas y no humanas, en sus divergencias y en sus numerosas coincidencias, trágicas o felices.

Adam Zagajewski es, sin lugar a dudas, una de las figuras más relevantes y con más repercusión internacional de la nueva generación de poetas polacos, y merecido ha sido su reconocimiento otorgándole el más importante premio internacional español.

*Presidente de TuSantaCruz