Podíamos leer el pasado 6 de junio la nueva deriva de algunos familiares de las víctimas mortales del trágico episodio Yak-42, ocurrido el 26 de mayo de 2003, siendo ministro de Defensa el Sr. Trillo. Parece que fue una chapuza la recogida de restos, la identificación de las víctimas y la decisión de haber utilizado aquel aparato para el retorno de nuestras tropas.

Cuando accedió a la cartera de Defensa la actual ministra, hubo un nuevo talante que la llevó a reunirse con los familiares y reconocerles que aquella tragedia fue muy mal gestionada. Y pareció, también, que hubo una afectuosa gratitud y satisfacción por parte de los familiares ante la actitud de la ministra.

Ahora, familiares de seis de aquellos soldados fallecidos en aquel triste accidente, no en combate, no en defensa heroica de una posición, piden que les indemnicemos con 50.000 euros por viuda y 25.000 por huérfano, arguyendo que "la ministra de Defensa tiene en su mano, con su firma, satisfacer nuestras demandas y reconocer la memoria de estos 62 héroes para todos los españoles", y a continuación decir que "(...) en estos años nos han regalado un sufrimiento gratuito, que para nosotros no tiene precio". ¿En qué quedamos? ¿Tiene precio o no tiene precio?

En los tiempos que corren, el valor de los vocablos y el concepto que representan parece que están en almoneda. Morir en un accidente o en un inesperado acto terrorista es lamentable, es una tragedia, pero no es heroico. Recuerdo que el 7 de agosto de 2004 escribía un artículo, en esta columna, lamentando la actitud del entonces presidente del Gobierno, Sr. Rodríguez Zapatero, y del ministro de Trabajo, Sr. Caldera, al conceder la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo a los 192 muertos en los atentados del 11-M.

Aquellos ciudadanos iban, como todos los días, a su trabajo o quehacer en los trenes que les transportaban. Eso no comportaba mérito alguno. El mérito en el trabajo, para ser digno de tal consideración, lo ha de ser por la trayectoria a lo largo de la vida laboral y que sea merecedora de ello. Con aquel acto reprodujo una devaluación inmisericorde de aquel honor. Depreciación que alcanzaba, y me dolía, a un compañero y amigo, Donato Asensio Baute (q.e.p.d.), que sí la había obtenido con todo derecho por su quehacer laboral.

De la misma forma considero un exceso dar denominación de héroes a los soldados trágicamente muertos en aquel accidente cuando estaban de regreso. Héroe, el joven Echevarría, en Londres, al ir a enfrentarse a unos terroristas para proteger a unas personas, y que le costó la vida.