Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos donde habrás de renunciar a los juegos de antaño.

Cuando la rutina del día a día nos envuelve como un bucle robotizado, los traperismos y los malos modales (que no cesan en la política universal), y cuando muchas veces es el hastío y el desaliento los que se instalan en una sociedad, machacan donde los poderosos se encaraman en los pódiums de la altísima sabiduría que dicen tener, y lo hacen, paradójicamente, desde su estulticia consolidada; si se quiere buscar algo de aliento y de confort, alguna que otra vez, aunque sea un día, dirigir la mirada hacia personajes que la historia nos ha dejado como ejemplo y paradigma de la dignidad humana como Adriano no solo es estimulante sino necesario.

Adriano fue emperador romano y el primer tribuno que se dejó la barba, signo de los filósofos de aquella época. Un retazo de su sabiduría lo entresacamos de "Memorias de Adriano", donde refleja el pensamiento que tiene sobre determinadas cuestiones de la vida misma de la que nos advierte con una lucidez envidiable.

Se dice que por qué en vez de una " memoria" no escribió un diario, pero es sabido que los grandes personajes de acción rara vez llevan un diario; no es sino después de un gran periodo de inactividad cuando se ponen a recordar, anotan y, por lo general, se asombran y nos dejan sus mensajes y enseñanzas.

De todas las enseñanzas que nos dejó Adriano y que objetivamos a través de sus memorias, para mí hay una que es fundamental. Y fue en la conclusión, en el remate de una vida enriquecida sabiamente, la actitud, ya decrépito y enfermo, que tuvo ante una muerte anunciada.

Dijo que nada se perdería con su desaparición, remarcando su altura espiritual en un párrafo pleno de esplendor intelectual, " todavía, aunque sea un instante, miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver; por eso tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos".

Esa lección de vitalismo ante la inminente extinción y el último apego a la vida ya en la antesala de la muerte es altamente reconfortante.

Y si se es capaz de comprender que la vida es una línea recta conducente al punto de no retorno, una aventura inacabada, y que la muerte es el recinto donde irán a parar las ideas y las vivencias, si se entra con los ojos abiertos, se seguirá con el ansia escondida de mirar y mirar, ahora no se sabe qué.

Adriano nos sitúa en el camino de la sencillez por donde él trascurrió, diciéndonos que en ese camino se encontrara la elegancia perdida.