Ser empresario, o ser un innovador, sigue suscitando reacciones en contra cercanas a quien ve un fantasma, un loco o un iluminado. Y sólo hay que mirar a la historia para darse cuenta de que sin innovación y sin iniciativa seguiríamos en la espesura de la Edad de Piedra.

También debemos tener claro que nada es un comodín que depende de fórmulas mágicas y que muchas ideas nunca se llegan a monetizar y pasan a engrosar la gaveta de los sueños inalcanzables. Acoplar modelos y soluciones a algo que no tendrá forma hasta un futuro más o menos próximo; también nos nutrimos de la forma de buscar soluciones a los distintos problemas que se nos presentan en el camino.

Pero innovar es una herramienta al servicio de las mejoras que necesita la sociedad, que no son respondidas por los modelos y hábitos tradicionales, y no el fin único de la economía, pues aplicar el conocimiento y rentabilizarlo es lo que nos da la posibilidad de incrementar la riqueza, no la innovación permanente.

Aquí es donde confluye el emprendedor con el innovador y es donde se fragua el éxito de las iniciativas en un frágil y necesario equilibrio entre la rentabilidad y la mejora social.

Eso sí, la innovación y la iniciativa empresarial deben aplicarse al modelo económico de cada territorio. La innovación turística y de servicios en una sociedad que depende un 80% de la riqueza que genera, como es la canaria, es una clara apuesta de futuro, pues el mercado demanda soluciones y los empresarios deben ofrecerlas.

pedro.alfonsomartin@hotmail.com