Hay empleos, o actividades, con los que ganarse la vida que, a veces, ponen de manifiesto alguna contradicción en la persona que la desempeña.

El asunto que estos días ha tomado cuerpo judicial, el del Canal de Isabel II en Madrid, viene a mostrar, además de la corrupción y la mamadera de millones de euros que se han venido produciendo a lo largo y ancho de la piel de toro, el desconcierto de personajes públicos que dicen sentirse defraudados por actitudes de otros personajes por los que "habían puesto la mano en el fuego".

Doña Esperanza Aguirre, persona por la que siento un grado de simpatía, supongo se encuentra en una situación anímica harto difícil. Y es que no te puedes fiar. Dos personajes de su guardia de corps, los señores Granados y González, le salieron urracas, que no ranas, según la definición de una partitura de Rossini. Seguro que doña Esperanza nunca alcanzó a tener un pensamiento como el de aquel padre que ofrecía sus brazos a su hijo, que estaba en lo alto de la mesa, diciéndole ¡tírate!; el niño se tiró, el padre quitó los brazos, el niño se estrompó contra el suelo y el padre le dijo: "Para que aprendas a no fiarte ni de tu padre".

Pues eso. Creo que doña Esperanza está sufriendo ahora lo que fue un exceso de confianza. Fue ella quien designó a su número dos, don Ignacio González, para ocupar la presidencia de la Comunidad de Madrid cuando ella decidió abandonar aquel barco. Y dijo entonces que se iba a ocupar el puesto de funcionaria que en su día había dejado para dedicarse a la política. No fue así, o lo fue por poquísimo tiempo, porque pronto apareció empleada de una empresa en función de "cazatalentos". Y es que alguna formación y capacidad debía tener a tal fin.

He aquí la contradicción a que me refería al principio. Parece absolutamente ilógico que a una persona con tal capacidad de "cazatalentos" le haya ocurrido lo que ha devenido con personajes de su máxima confianza. A buen seguro que si esa capacidad no hubiera sido tal sino la de "cazafantasmas" otro gallo le estaría cantando ahora. Y es que delegar autoridad es algo necesario en cualquier principal de una institución; pero con la absoluta consciencia de que tal hecho no supone delegar la responsabilidad. Por tanto, sobre la delegación de autoridad hay que ejercer un control. Si no se hace, se puede llegar a situaciones como la que ahora sufre, y pienso que mucho, doña Esperanza Aguirre.