Así se ha manifestado el prócer de Podemos Monedero; lo cual si fuera así sería excepcionalmente enriquecedor. Pero no, si acaso llega es a los linderos de la falacia que se enreda en las palabras del retruécano. El discurso, en contra de lo que manifiesta el mencionado mentor, es "un verso suelto", como dicen los cursis, que no engancha con ningún poema, ni de aquellos "sociales" de Gabriel Celaya ("la poesía es un arma cargada de futuro"), de Blas de Otero ("pido la paz y la palabra), ni siquiera con los poemas desgarradores de Miguel Hernández desde las mazmorras de Madrid, en la soledad de su esposa e hijo y azotado por la tuberculosis.

Eran otros tiempos y la poesía se mezclaba con la política porque había enjundia personal y compromisos adquiridos consigo mismo y con una sociedad que querían cambiar. Y lo hicieron hasta el final. El discurso político de Podemos es para andar por casa, no mas allá de su reducido entorno de ideas prestadas, ajenas por supuesto a todo palpito estético y artístico.

La poesía en política es una de las bellas artes ausente por más que se diga que "ganaremos el cielo"; frase de altos vuelos, pero que ya venia definida por Marx, que no se distinguía por su estro poético y sí por ser un intelectual universal desde la filosofía, política, economía y sociología, sin tener "posses" derivadas del cariño y en la amistad exacerbada traducida en abrazos y besos que se alejan de la política cuando a la vez se toman decisiones inquisitoriales con algunos que fueron "compañeros del alma".

La única poesía que se inyecta a la política es la que permanece ausente, aunque sea a retazos que nos hagan pensar más allá de nuestras narices, como bien dice Ortega "el malvado descansa alguna vez, el necio jamás".

La poesía tal vez pudiera tomar presencia en el escenario de la política cuando hay épocas tormentosas, desagradables y de confrontación dialéctica de altura, pero no cuando lo que palpita es la queja simplona, el discurso repetitivo y plagiador.

La poesía en la política tuvo su relevancia en los viejos tiempos, donde la oratoria era considerada un arte que se deslizaba muchas veces hacia el campo de la poesía, desde aquellos senadores romanos hasta las voces parlamentarias de Azaña, Ortega o Indalecio Prieto.

La poesía que hoy puede inyectarse a la política, es pobre, simplona, átona y, como dice Mahmud Darwish, "escribir poesía sin conocer el ritmo es igual a escribir música sin saber solfeo".

Además, no hay que preocuparse por ello. "No importa que un político no sepa hablar lo que sí preocupa es que no sepa de lo que habla. Así que la poesía para mas adelante, a la espera de su turno.