Tras la toma de posesión del lenguaraz Trump, su antecesor no hubiera hecho la broma ante los periodistas de la Casa Blanca antes de la derrota de Hillary Clinton. Dijo que, en breve, pasaría "de comandante en jefe a comandante del sofá". Porque la política no es una ciencia exacta -acaso ni siquiera una ciencia-, habló con humor de la ira y feos modales del sujeto que, por sorpresa, llegó a la Casa Blanca, y Barak Obama fue aplaudido por los tres mil invitados que le despidieron en el Hotel Hilton. Pero el primer presidente negro cambió de chip al cuajar la baladronada histórica que puso al frente de Estados Unidos al fantasma de los "realities" y concursos de belleza; al machista denunciado por la progresía y la inteligencia, y al defraudador que se jactó de engañar al fisco; entonces se enfrentó ante un peligro cierto y teñido de rubio.

Mientras una marcha sobre la capital visualizaba el rechazo femenino, y la seguían miles de protestas en el mundo, el magnate invocaba a Dios, los jueces y fuerzas armadas como paladines; lucía el rudo nacionalismo ("first and only America"), los intereses espurios y viejas alianzas, el arcaico proteccionismo y, a la vez, la cínica megalomanía para liderar los países civilizados "contra el terrorismo islámico para erradicarlo de la faz de la tierra". Como culmen de sus intenciones, como todo populista de derechas o izquierdas, proclamó "una nueva visión y gobierno" (cuando el término en esos sujetos huele a rancio y suena hueco) y "la transferencia del poder de Washington para devolverlo al pueblo".

Con cincuenta y seis años, el expresidente más joven no estará tranquilo en su sofá; tiene ante sí temas de calado como la defensa de su reforma sanitaria (en riesgo pese a su tibieza), su posición ante el cambio climático y asuntos de relieve como las relaciones con Cuba, Rusia, Irán e Irak. Por autoridad moral, le toca la vigilancia de las libertades amenazadas -de momento por los excesos verbales- y el cuidado de las garantías democráticas, como anunció bajo su misterioso y ovacionado lema en Chicago -"Pudimos y podemos"-, en el que algunos vieron la esperanza de 2021, porque "cinco años no son nada en la vida de un cincuentón".