El primer Gobierno de Mariano Rajoy, que aterrizó con un tsunami de subidas de impuestos en los primeros cuatro años de legislatura, admitió que había incumplido su programa porque no le había quedado otra alternativa: porque España estaba al borde de la quiebra total. El PP aceptó haber faltado a sus promesas, pero porque para salvar España hubo que incumplir el ideario. Las políticas fiscales se convirtieron en un meteorito que cayó sobre la sociedad española y estuvo a punto de producir la extinción masiva de las clases medias. Habría resultado muy curioso que se salvara al país a cambio de cargarse a sus ciudadanos.

Durante años, los conservadores habían dicho que la salida a la crisis pasaba por disminuir la presión fiscal, por dejar más dinero en los bolsillos de las familias, las pymes y los autónomos, para aumentar el consumo y calentar la economía, lo que produciría un inmediato aumento de la recaudación. Pero cuando llegaron al poder, todo ese discurso se esfumó ante las obligaciones de pago. Cuando se vieron encima del tigre, los del PP empezaron a ordeñar a los de siempre para obtener dinero fresco con el que pagar el servicio de la deuda, los sueldos de los tres millones funcionarios y los gastos de la administración pública. Se aumentaron los impuestos indirectos y los directos. Los del Estado y los de las comunidades autónomas. Todos, de cualquier color político, se lanzaron a recaudar para sostener una sociedad agrietada. Europa, además, nos echó una mano con sus políticas monetarias que fortalecieron la deuda soberana española.

En junio de 2016 -hace menos de un año- Rajoy señaló que ya estaba bien de impuestos: "No es bueno subir impuestos, creo que es un enorme error". Lo dijo en varias ocasiones y con una profunda convicción no impostada. Parecía bastante creíble. Después de aquellas declaraciones, la noticia de la nueva vuelta de tuerca fiscal de Hacienda es sorprendente. Ya no está amparada por una situación de grave crisis económica, ni por la herencia de Zapatero. El asalto del Gobierno al incremento del valor catastral de las viviendas (que pone ahora en marcha) los adelantos a cuenta del Impuesto de Sociedades y la subida en la fiscalidad del alcohol, tabaco y refrescos, persigue lo que es obvio: llenar la caja. El Gobierno español está obligado a recrudecer los ajustes para el próximo año, porque ha agotado los incumplimientos ante Bruselas. Así que el recurso fácil parece estar en los ingresos: ¿nos van a ordeñar otra vez?

No sea ilusos, los palos que le caigan a la banca (cláusulas suelo, intereses hipotecarios) lo pagarán al final los impositores con un aumento de los costos de las operaciones. Las subidas fiscales a las empresas se trasladarán a los ciudadanos que compran sus bienes o servicios. Al final todos los impuestos terminan llegando al consumo. Así que incrementar la presión fiscal sobre los casi tres millones de pequeños empresarios y autónomos, a los que se asfixiará aún más en su ya difícil vida, terminará afectando a los consumidores. La recaudación del Impuesto de Sociedades en España ha caído de los 44.000 millones del 2007 hasta los apenas 19.000 del año pasado: sin beneficios no hay impuestos. La nueva vuelta de tuerca no augura nada bueno. España tendrá que reducir su déficit en 16.000 millones este año y eso sólo se puede conseguir recaudando más o gastando menos. Y uno, sinceramente, no ve a esta gente poniendo la pata en el freno del gasto público.

Pero con todo, lo peor es la humorada que ha llevado a decir que el incremento fiscal en los refrescos es "por cuidar de la salud de los españoles", tal y como ha pedido esa especie de lobbie de las grandes famacéuticas llamado Organización Mundial de la Salud. El Estado es el gran camello hipócrita que con una mano nos vende tabaco, alcohol y refrescos azucarados y con la otra nos cobra por tratarnos las enfermedades que produce el tabaquismo, el alcoholismo y la obesidad. Mañana nos subirá los impuestos a las hamburguesas para evitar que seamos gordos. Pasado será el bacon y la mantequilla. Nos quieren flacos y sanos para que demos más leche.