Mientras la lluvia cae mansamente sobre Santa Cruz, lavando las meadas de los perros, el presidente del Gobierno medita en su despacho, con la vista perdida en el horizonte. Tiene que decidir si sigue con los socialistas o los manda a freír puñetas. Eso es lo que dicen los medios. Pero, en realidad, Fernando Clavijo no tiene nada que pensar, porque lo tiene todo pensado. Ni siquiera va a tener que firmar los ceses: se irán solos.

Desde hace una temporada, los socialistas canarios no dan pie con bola. El partido da la impresión de andar como un pollo sin cabeza, dando tumbos improvisados de aquí para allá. Rodríguez Fraga llegó para mandar, pero aún no ha mandado (salvo el pacto de gobierno, que ha mandado al carajo). Cuando el PSOE empezó las hostilidades con Coalición Canaria, todo el mundo pensó que habían preparado un repuesto. "Tenemos un plan B", dijo Rodríguez Fraga. El nivel de beligerancia de los socialistas hizo pensar en que de verdad existía un pacto alternativo que necesaria y matemáticamente pasaba por un acuerdo con el Partido Popular. Mucha gente se lo creyó, pero lo más importante es que se lo creyeron los propios socialistas. O sea, se autoengañaron.

Coalición Canaria metió (mucho) la pata provocando a sus socios con la moción de censura que no pudo parar en Granadilla. A partir de ahí los socialistas tomaron el relevo. Llevar a los titulares todas las diferencias en el seno del Gobierno, ventilar en las redes sociales sus opiniones sobre los socios, abandonar las sesiones del Consejo de Gobierno... El PSOE apretó el acelerador. No es que le hicieran a Clavijo nada que no se hicieran a sí mismos (grabar los comités del partido, ventilar reuniones internas, chismorrear de los compañeros...), pero a los nacionalistas no les gustó nada el caminar de la perrita.

El terreno elegido por el PSOE para librar la batalla contra sus socios es un grave error. Clavijo defiende una alianza con las islas menores; la idea de la solidaridad, de hacer un esfuerzo por tirar de los que se han quedado atrás en el desarrollo. Para un partido de implantación regional, colocarse frente a ese discurso -sobre todo cuando te acompaña como aliada la voz ferozmente insular de Nueva Canarias- es una muy mala decisión estratégica.

Por supuesto que el discurso de Coalición tiene retranca. Tras la idea de la cohesión de Canarias se esconde un sistema de alianzas políticas que favorece al partido con mayor implantación en las islas menores: o sea, ellos. Y lo que ha enfurecido definitivamente a Nueva Canarias y al PSOE es ver cómo los nacionalistas aprobaban delante de sus narices un Plan de Desarrollo que las cinco islas no capitalinas aplaudían con las orejas.

Pero lo peor está por llegar. Patricia Hernández (y el PSOE) tenían 32 millones en fondos de empleo en ese mismo plan que rechazaron. ¿Y qué pasa si ahora Clavijo les vuela de las narices ese dinero en un acuerdo con los Cabildos? Pues eso. Que se ahorrará hasta firmar los ceses. No tiene nada que pensar.