Los poetas cuando están en ese mundo suyo, en el intento dentro de su universo de explorar el pensamiento, en realidad lo que hacen es aventar las palabras para que en un impulso desenfrenado se vayan camino del aire, se entremezclen para producir el eco que, aunque distante, llega de nuevo.

Y así se compone el verso, el cual por este influjo hace que se expanda traduciendo la belleza de todo aquello que esas letras arropadas por el calor de la imagen poética pretenden decir.

Los poetas, supongo, deben estar más perplejos que entonces, porque, desde su posicionamiento estético ante las incongruencias, llegan a comprender que su despliegue no puede ser risueño como quisieran, y sí lleno, más que de espanto, de estupor, al no poder desarrollar lo que llevan dentro, teniendo que buscar refugio en el ensueño y en la meditación.

Los poetas que están en su mundo, que miran por la hendija de su alma cómo palpitan sus cosas, posiblemente andan enredados en ellas y con un único objetivo, que es dejar en su memoria palabras que, mezcladas con el aire se llenen de sonido y que sean novedad, que se traduzcan en un fin en sí mismas por la fuerza de su énfasis y por la grandeza de sus miras.

Las palabras, cuando se escabullen del argumento y no carecen de un cauce capaz de construir un significado diferente, original, se quedan al desnudo, sin calor, sin substancia, alejándose y desmotivando.

Pero, paradójicamente, cuando es solo el esqueleto del pensamiento lo que prevalece, seguro que estamos en el camino del encuentro, de un enlace argumental que se está gestando, y sobre todo, ante la inmediatez de una agrupación de palabras biensonantes capaces de elaborar algo sustancial más allá de una arrebato o de un anhelo inconsciente.

Las palabras camino del aire, cuando llegan a instalarse entre sus esencias físicas, vienen a ser el mejor testigo de un presagio más que alentador.

Los poetas cantan a la sociedad, se desgarran con la crueldad que viven, que presencian o que imaginan. Por ello quisieran escaparse de ese tormento que a veces los atrapa, de un mundo que se encuentra violentamente truncado. Y ante eso se callan, escondiendo en su intimidad los desacuerdos sociales, o se movilizan para que sus palabras bajen del aire y den sentido poético a las crudas realidades. Lo que debe ser comprometedor y difícil.

"Por muy llenos de nosotros mismos que estemos, vivimos en una amargura inquieta, de la que no escaparemos, al menos hasta que las piedras, en movimiento de piedad, se decidieran a elogiarnos. Mientras se obstinen en su mutismo, no nos queda más que chapotear en el tormento y atragantarnos con nuestra hiel".