A río revuelto ganancia de pescadores. Pero hay que cuestionarse si los pescadores están bien de la cabeza cuando son ellos los que se encuentran en medio de una crecida que se los puede llevar para el carajo junto con los peces.

Parece que Canarias se ha descosido. Que se han roto las reglas de juego que nos dimos en la transición a la democracia. Todo está en almoneda. Desde la ley del suelo hasta los fondos de empleo, desde los criterios de reparto de dinero hasta el desarrollo turístico, desde el gas hasta las carreteras, desde los pactos hasta la justicia, todo el paisaje se ha convertido en un rebumbio en el que sólo se escucha ruido, furia y confusión. Las voces se han convertido en gritos y la política en una tertulia inane donde hay más ocurrencias que sensatez.

El pacto de gobierno está, por primera vez, en una seria crisis. Pero se da la circunstancia de que este pacto fue una virtud de la necesidad. Fue el mejor pacto posible que se podía hacer en las islas para tener estabilidad. Y además lo sigue siendo. Esa es la enorme paradoja en la que se encuentran sus dinamiteros internos y externos.

Las desobediencias municipales -de esta y de la anterior legislatura, de unos y de otros- han demostrado sobradamente que los partidos adolecen de falta de jerarquía para gestionar de forma coherente sus estrategias a nivel local. En este "totum revolutum" es difícil conseguir acuerdos de alcance y pacificar todos los ámbitos de las relaciones. Pero se vuelve imposible cuando los de arriba padecen los mismos síntomas de descomposición que los de abajo.

Los gobiernos de coalición nunca han sido fáciles. Pero los desencuentros en la cohabitación se solían ventilar de puertas para adentro. La salida de pata de banco de los socialistas, abandonando el Consejo de Gobierno, emulando a los críticos que se fueron del Parlamento cuando se debatía la modificación turística de las islas verdes, constituye una evocación de los modos universitarios de rebeldía. De una frescura irresponsable, muy mediática pero muy poco seria.

Un Gobierno que se pone de acuerdo en la redacción de algo tan complejo como un presupuesto de más de siete mil trescientos millones es imposible que se divorcie por las discrepancias en el reparto de un fondo de poco más de cien millones. Ahí subyacen otros asuntos, como las luchas de poder y una escenografía de consumo interno de cara a la militancia. Pero el PSOE se enfrenta a una triste realidad: para este pacto, hoy por hoy, no hay alternativa lógica. Hasta ahora, los incumplimientos municipales fueron culpa atribuible a los nacionalistas. Desde ahora, la deslealtad en el seno del Gobierno es de los socialistas. Se han jugado las cartas de un divorcio cuya única salida está en usar al PP como rueda de repuesto. Pero eso, en un pacto a la izquierda, es dinamita para los pollos. O sea, que los socialistas, si les sale mal la espantada, se estarán metiendo un tiro en el pie. Ellos sabrán, pero desde fuera no hay quien los entienda.