Nadie sabe dónde está. Desapareció después de la promesa de convertir a la ciudad en la nueva Dubái. Tenía licencia para la esperanza, el permiso de las cuatro administraciones para hacer justicia y devolver a los vecinos los bríos de un lugar que cautivó al panteón del turismo. Se sigue buscando, pero no aparece; preguntan y muy pocos pueden dar pistas sobre su paradero.

Ya son menos los que recuerdan aquella mañana de octubre, de hace 6 años, cuando el amor surgió entre ellos, jurándose ir de la mano, juntos, hasta ver joven y guapa a aquella ciudad que envejecía a medida que pasaban los años. El astuto galán la quería sacar a bailar al nuevo Parque San Francisco, a que viera un nuevo recinto, moderno y capaz de albergar un auditorio de nivel para seducir a una dama que fue de alta alcurnia y ahora lucha por llegar a fin de mes.

Le prometió una cena de gala en el antiguo Hotel Taoro, aquel que vieron fastuoso y hoy sigue siendo el recuerdo de un histórico que fue y quiere ser. También le contó que le acercaría los cruceros a la puerta de su casa, majestuosos barcos que atracarían en la ciudad para homenajear las mejores vistas del mundo, las del Valle de La Orotava desde el muelle portuense. Huyó, nadie sabe dónde está y, lo peor, que pocos lo esperan. Las conjeturas sobre su desaparición aparecen después de varios años sin conocer el paradero de aquella entidad alimentada por el Estado, Gobierno de Canarias, Cabildo y Ayuntamiento.

¿Dónde está el Consorcio Urbanístico para la Rehabilitación de Puerto de la Cruz? ¿Hasta cuándo el margen para jubilar a la ciudad como destino turístico maduro? ¿Cuándo se van a dar las explicaciones necesarias para justificar el pobre porcentaje de éxito del ente supramunicipal? En Puerto de la Cruz nos quieren hacer la película de Berlanga. Nos hacen creer que somos el cinematográfico Villar del Río mientras esperamos a que los americanos vengan a visitarnos con el Plan Marshall bajo el brazo.

El argumento es el mismo, cargado de fantasía y folclore. Corría el lejano 2010 cuando el alcalde recibió la visita del gerente del Consorcio Urbanístico para la Rehabilitación de Puerto de la Cruz, quien le anunció la inmediata llegada de un ambicioso plan que pretendía revolucionar la ciudad en poco tiempo, recuperando el esplendor que tan famosa la consagró en la década prodigiosa de los 70. Tanto las fuerzas vivas de la localidad como sus habitantes recibieron la noticia como todo un acontecimiento que vendría a cubrir sus necesidades más perentorias. Pese a las reticencias y desconfianza de algunos, las autoridades decidieron depositar toda su confianza en una herramienta que modificaría para bien la fisionomía del municipio.

Los habitantes de nuestro particular Villar del Río recrearon sus deseos ante la llegada de lo prometido. Al final, cuando llegó el gran día y todo estaba listo para destapar los proyectos que tanto promovieron, la comitiva del Consorcio atravesó la ciudad sin detenerse. Decepcionados, los habitantes del Villar del Río portuense continúan con su rutina habitual, la de esperar por lo que no llega.

La realidad es otra, aunque en ocasiones la ficción supere a la dimensión original; se agota el tiempo y ya existe poco margen para la espera sosegada. La ventana por la que se asoman los portuenses sigue ofreciendo la misma imagen, aquella que tan bien se proyectó en el papel.

@LuisfeblesC