El liberalismo es lo contrario al estado del bienestar. Lo habrán oído, si escuchan a los apóstoles del apocalipsis del sistema. A las urracas que se abalanzan sobre el fulgor de cualquier argumento que llevarse al nido de la demagogia. Esta semana tocó una tragedia: la muerte accidental, en Tarragona, de una octogenaria a quien la compañía eléctrica había cortado el suministro eléctrico por falta de pago. La anciana tenía que vivir alumbrada con velas y una de ellas, accidentalmente, provocó un incendio que le causó la muerte.

Sobre este accidente se han derramado ríos de tinta denunciando la situación de pobreza energética que afecta a casi cinco millones de personas. España es uno de los países con la energía más cara y sus efectos se hacen notar tanto en los costos de producción de las pequeñas y medianas empresas como en el esfuerzo de las familias para asumir la factura de la luz. Ninguna persona carente de recursos debería verse privada del suministro de agua y de luz como ocurre en otros países europeos. Y ese coste debería ser asumido por las administraciones.

Pero la denuncia viaja del hecho al helecho. La trituradora de la demagogia aprovechó la situación de la pobreza de la anciana y su muerte accidental para denunciar los sueldos multimillonarios que perciben los directivos de las eléctricas y las puertas giratorias que llevan a los ex altos cargos al mullido colchón de sus consejos de administración. Para algunos, estas son las causas de la pobreza energética, las razón de la muerte accidental de la anciana y la muestra de un sistema liberal fallido.

La realidad es bien distinta. Los países más desarrollados, las economías del primer mundo, están basados en economías liberales y son las que garantizan el estado de bienestar. ¿Que hay pobreza? Sin duda. Pero infinitamente menos que la que se puede encontrar hoy en países como Venezuela, Corea del Norte, Vietnam, China o muchas ex repúblicas soviéticas. El mercado eléctrico en España, por cierto, no está liberalizado sino sometido a una enorme intervención de los poderes públicos cómplices el reparto de una apetitosa tarta entre algunos grandes oligopolios.

A Gas Natural le va a caer la del pulpo por la muerte de la pobre anciana, aunque son las administraciones públicas la que deben hacerse responsables, con el dinero de nuestros impuestos, de que no ocurran estos casos. Pero lo mejor, sin duda, es tener un chivo expiatorio. Y soltar discursos. Los altísimos sueldos que se pagan en el sector privado no son responsables de la pobreza (ni los del fútbol, ni los de la banca, ni los de las estrellas de la tele o del cine) pero las tarifas de un sistema intervenido que se cargan a los ciudadanos, por una escandalosa falta de competencia, sí lo son.

Las denostadas socialdemocracias europeas y sus socios liberales han sido los responsables de que vivamos hoy en un mundo mejor. Que tanto tonto sobrevenido diga ahora, a la luz de una vela, que padecemos el peor de los sistemas posibles demuestra que o no viajamos, o no tenemos memoria o a lo peor no tenemos sesos.