Hace dos viernes la calle de la Carrera, en La Laguna, no era calle que era un río. Nos reguardamos del diluvio y salimos ilesos del chaparrón de milagro; al día siguiente hubo aún más lluvia sobre una de las ciudades más bellas y húmedas del mundo que conozco, pero La Laguna sobrevivió a la maldad del agua, que también es benéfica.

Alguien dijo, cuando el torrente era peor:

-Y no es peor gracias a Pedro González.

Sergio Ramírez, el escritor nicaragüense, que paseaba con nosotros por este amago de Venecia, preguntó quién era ese benefactor.

La casualidad hizo que en ese momento estuviéramos en la trasera del Instituto Cabrera Pinto. Le dije: "¿Ves esta alcantarilla?" Entonces le conté al exlíder sandinista lo que pasó aquí hace muchos años, cuando Pedro González era el alcalde socialista de La Laguna.

Junto a esa alcantarilla, precisamente, estaba Pedro con otros operarios del ayuntamiento que presidía. No es que estuviera arreglando esa, únicamente; es que las estaba arreglando todas. "Por eso", le dije a Sergio, "te han dicho que gracias a Pedro González no nos ha ahogado este torrente".

No hizo sólo eso Pedro por La Laguna, naturalmente. En la faceta más trascendental de su vida, la pintura, Pedro aportó a la ciudad una mirada cosmopolita, moderna, traviesa y rabiosa. Retrató La Laguna como Valle Inclán retrató Madrid; miró el Teide como lo hubiera pintado la narrativa de Agustín Espinosa y se refirió pictóricamente a los grandes acontecimientos contemporáneos (el desarrollo, la inmigración, la pobreza) con el ojo que tenía para todo: con inteligencia y con convencimiento.

Uno de los momentos más bellos de esa trayectoria le llegó en los años últimos de su vida, cuando precisamente en el Cabrera Pinto se abrió una exposición vital, generosa, enorme, reflejo de su capacidad para el arte. Allí estaba Pedro, vestido como un caraqueño de Canarias, o de Los Realejos, recibiendo a la gente, feliz como nunca lo vi después. Aunque nunca perdió Pedro, ni en los momentos más sombríos, la alegría adolescente de vivir.

En esa ocasión nos habló de su deseo de que algún día esa pintura estuviera a la disposición del público, permanentemente. Las cosas del palacio político van despacio, y ese deseo se ha pospuesto como se posponen las ilusiones de los viejos. Pero la insistencia de un gran amigo suyo, y gran conocedor de su pintura, Carlos Díaz Bertrana, ha conseguido lo que en nosotros es justicia y milagro a la vez: que esa plegaria civil de Pedro fuera al fin atendida en la más alta magistratura de Canarias, su Parlamento.

Eladio González, hijo de Pedro, me envió el jueves un video en el que aparece Juan Manuel García Ramos, que como yo estudió en el Cabrera Pinto de la alcantarilla y de la magna exposición, haciendo en el Parlamento una excelente semblanza de Pedro y de sus méritos. Se presentaba una iniciativa para que fuera esa institución la que instara a los poderes públicos (al Gobierno, que preside el lagunero y sucesor de Pedro en la Alcaldía, Fernando Clavijo) a que habilite un lugar adecuado para que se cumpla aquella ambición del artista, alentada después por Díaz Bertrana. La propuesta fue animada por unanimidad de todos los grupos políticos. Es una gran alegría, por Pedro y por La Laguna.

García Ramos propuso que fuera la antigua sala Juan Cas el lugar elegido. Y ese nombre, Juan Cas, me trajo resonancias muy queridas, como la propia Caja a la que él le dio entidad y propuesta cultural. Se me juntaron a la vez ese nombre y el de sus sucesores y discípulos, Quintín Padrón, Álvaro Arbelo... Ojalá la mezquindad de la historia no deje que se sepulte esa sucesión de nombres propios que don Juan Cas animó a seguir haciendo que la Caja fuera emblema del avance cultural de las Islas. Pero esta es otra historia. Ahora se trata de celebrar a Pedro González, el ciudadano total, y esta iniciativa que la cámara regional canaria alumbró con mucha inteligencia.