La temperatura de este fin de semana amenaza con romper los termómetros. Esto no es el veranillo de San Miguel, es un insólito ''veroño'' político donde pululan gozosamente la crispación, la desunión y el desorden, los viejos demonios familiares de nuestro país que con este calor están como en su propia casa; es decir, como en un infierno del que ha surgido por fin la figura de un presidente electo.

Aquí en Canarias, los dos partidos del pacto de gobierno, PSOE y Coalición Canaria, han entrado en la recta final del esperpento que han protagonizado en las últimas semanas. Parece que se acabó la coña. En cuestión de pocos días tendremos gobierno o tendremos crisis. Los nacionalistas han decidido poner punto final a una extravagante situación en la que un matrimonio roto sigue viviendo bajo el mismo techo. La indignación socialista con las infidelidades de CC casan muy mal con asistir cada semana a los consejos de Gobierno como si no pasara nada.

Pero pasa. Pasa que existe una profunda división en el socialismo canario. Que hay un creciente sector crítico con la actual dirigencia, que quiere echarlos a patadas del aparato y del Gobierno. Y que actúan con más interés si cabe en echar a los suyos que en dañar a los nacionalistas. El debilitado aparato del partido, cuyo comportamiento recuerda la carrera de un pollo sin cabeza, va dando contradictorios tumbos estratégicos: lo mismo afirman que están por seguir en el pacto que aseguran estar negociando con el PP. Tanta indecisión durante tanto tiempo no es buena para nadie. El PSOE, a la desesperada en estas últimas horas, quiere levantarse de la mesa de negociaciones con un precio que los nacionalistas no parecen estar dispuestos a pagar. Rescatar la Alcaldía del Puerto de la Cruz está hoy más lejos que ayer y más cerca que mañana. Todo esto habrá acabado esta semana.

En Madrid, Pedro Sánchez escenificaba ayer en el Congreso de los Diputados su propia versión hamletiana del socialismo español. Entre el ser o no ser, he ahí el dilema, eligió el no ser. Que fue un no estar. Para evitar desobedecer a su partido, ha decidido entregar su acta de diputado y hacer un viaje por la Alcarria de las primarias del PSOE desafiando ya al aparato andaluz con su candidatura. Ya veremos si le aguanta el coche tanto kilometraje.

Las lágrimas de Sánchez, fueran de sentimiento o de cocodrilo, muestran hasta qué punto se ha vuelto emocional la política española. Nuestra crónica no es el frío relato de la confrontación de ideas contrarias, sino el flamígero choque de las pasiones encontradas, del fulanismo exacerbado. El de Rufián llamando "traidores" a los socialistas y destilando animadversión en cada andanada. Eran los mismos sentimientos que movilizaron ayer a una parte del pueblo para rodear al corazón de la democracia. Miles de personas circundaron el Congreso de los Diputados con un mensaje terrible: que la elección de Rajoy era un "golpe de Estado" y un acto ilegítimo (algo contrario a las leyes, ilícito o falso). La pulcritud intelectual está reñida con los eslóganes: la verdad es irrelevante. No sólo es que estas afirmaciones sean falsas, sino que los movimientos que apoyan a Podemos se arrogan, con una soberbia totalitaria exquisita, la representación de la única democracia legítima, que es la que se manifiesta en las protestas callejeras.

Rajoy e Iglesias han conseguido formar, tal vez de forma no accidental, una pinza perfecta. Una tenaza que aprieta la garganta de los socialistas que tuvieron que decidir entre arrancarse el corazón o el estómago. Y ayer, mientras la socialdemocracia se retorcía con los dolores del parto, la base ideológica de Iglesias rodeaba el Congreso donde él estaba sentado en el escaño. Eso sí que es comer a dos carrillos.

Ayer se eligió un gobierno prisionero de la oposición. Una oposición prisionera también de sus propias divisiones y escindida por el enfrentamiento entre la vieja y la nueva izquierda. Algo que se complica más cuando se llega a percibir que la vieja es la nueva y la nueva es la vieja. Porque Iglesias y sus mensajes contra la democracia imperfecta, su apelación a los movimientos populares, a tomar la calle, a rodear a las instituciones "del régimen" y su discurso de una nueva España... todo eso es tan viejo como la historia misma de este país y de la agonía de su viejo sueño republicano. Más de lo mismo. Sólo espero que no sea para acabar igual.