En la naturaleza no existen

premios ni castigos,

solo existen las consecuencias

Robert Ingersoll (1833-1899)

Analizar las consecuencias de nuestros actos, nuestros hechos o nuestras decisiones parece estar diametralmente opuesto a la forma de proceder y actuar en este mundo en que vivimos. Esto, que parece sencillamente una reflexión banal, está arraigado de forma permanente en las personas, según hemos detectado a través de nuestros largos recorridos en esta vida.

Estamos viviendo en un mundo en el cual las consecuencias han perdido todo su valor ante el encandilamiento de un presente al que solo se le ve lo que produce en su momento. A nadie parece interesarle eso de las consecuencias, cuando se hacen y se deshacen situaciones que afectan al sentimiento humano hasta en lo más íntimo de su ser, sin darles el merecido valor a las mismas y sin importarnos para nada, al parecer, el destrozo que cometemos en la más profunda sensibilidad de las personas, al destruirle sus mejores deseos, sus ilusiones..., el trabajo de toda su vida, su proyecto más ambicioso..., aunque en ellos se estén conjugando los más sólidos elementos para la construcción de un mundo mejor, más justo y más responsable, unido, claro está, a ese sentimiento idílico que es el amor... Difícil y complicado.

Nos podemos referir a casos concretos que han acabado con familias enteras compuestas por cultos profesionales, o casos en lo que se ha acabado con empresas modélicas que han creado plataformas de enseñanzas mundiales, apoyadas en la cultura de la paz, cuyos espectaculares resultados han sido juzgados con los más altos calificativos por sus cientos de participantes.

El mundo entero se halla plagado de personajes obsesionados en la búsqueda de las fórmulas más precisas de elevar sus ganancias personales, sin importarles para nada las consecuencias de sus actos, o el daño que puedan hacer a la humanidad al cercenarles los más grandes proyectos de desarrollo fundamentados en la difusión del conocimiento, la práctica de la ética, o el ideal de servicio en su vida privada, profesional y pública, como dice el objetivo de Rotary Internacional.

"Castillos de arena". Con este título, Manuel González Ortega publica días pasados, lo siguiente, en un periódico digital de Canarias.

"Hay seres humanos que cultivan la utopía -que es una rara flor para el resto de los mortales- como si fuesen castillos de arena. Saben de su fragilidad, de las contadas horas maleables amenazando su existencia, pero no les importa el tiempo que tarden en construir torres, almenas y fosos; una y otra vez se les verá levantando castillos de ensueño junto a las orillas, sobre las ruinas de anteriores intentos, recordándonos lo necesario de esa ingenuidad primera por construir un mundo nuevo. Esa didáctica de las ideas, tan propia de los utópicos, es un muro de contención contra la ignorancia, la mediocridad, la injusticia social y la desesperanza."

Estamos ente una lucha titánica en la cual llevamos las de perder. Parece imposible que logremos inculcar, en la mente de los dirigentes políticos del mundo, unos principios que estén acordes con la consecución de unas estrategias que se asienten en la mente de nuestros regidores encargados de impartir la justicia social, donde las mismas estén caracterizadas por un serio estudio de las consecuencias de sus actos, con el pensamiento presente, sin ningún equívoco, en que sus acciones estén ajustadas al bien común y a la prosperidad de una humanidad que está a la expectativa de poder alcanzar un nivel de vida que le permita subsistir con la debida dignidad propia del trabajo que realiza.

En este escenario, estamos sintiendo cómo se desmoronan las mas grandes ilusiones, ideas, proyectos y realidades, sin que a los autores de estos destrozos parezca importarles para nada sus consecuencias.

En este mismo orden de cosas, no parece lógico ni razonable, que países que generan en sus puertos y aeropuertos un tráfico de pasajeros millonario, no sean capaces de establecer líneas de producción de alimentos y toda clase de implementos necesarios para estos viajeros turistas, incluidos los "souvenirs" de artesanía popular, que podrían ser las creadoras de muchos puestos de trabajo y un importante renglón de su economía.

Un espectáculo increíble, donde dirigentes obsesionados con el poder político, olvidan y desprecian el poder empresarial creativo que ha sido, en la historia del mundo, lo que ha levantado países enteros como el caso del Japón o Alemania -por poner un señalado ejemplo- devastados hasta el límite por una cruenta guerra y hoy líderes económicos internacionales, gracias al poder de unas empresas constituidas desde la entidad privada que se han desarrollado basadas en los estudios del mercado y las mejores técnicas de producción adoptadas por las mismas.

¿Se hace algo para activar y remediar esto? ¿Nadie se hace responsable de esta incongruencia y de las consecuencias que esto comporta? Preguntas que no tendrán respuesta de quienes tienen la obligación de darlas, pero que nosotros las tenemos contestadas desde hace mucho tiempo...

*Del Grupo de Expertos de la Organización Mundial del Turismo (UNTWO)