El oportunismo y la maña mercantil de la Fundación Nobel y la Academia Sueca tienen tanto recorrido como los premios que fundó el inventor de la dinamita. En las letras, los aciertos fueron, son, indiscutibles por el relieve y popularidad de los galardonados en la era de la información; pero los sin errores -por la recurrente estulticia que no asume nuestros límites e ignorancia- convierten a un escritor de cualquier cantón remoto, conocido en su casa a la hora del almuerzo, en una estrella cuyos destellos a plazo fijo son sustituidos al año siguiente por un personaje y añagaza similar. Aunque ladren los aburridos ortodoxos, en 2016 los jurados fueron listos y, sobre todo, justos, y proyectaron la literatura a círculos inmensos que nadie hubiera soñado hace una década.

Shabtai Zisi ben Abraham, Robert Allen Zimmerman o Bob Dylan (1941) es el primer músico al que se premia por sus letras y cierra un círculo de gloria inaugurado como cantante folk, con alta responsabilidad social; continuado como renovador del rock, al que añadió el imaginario surrealista y que, antes de cumplir una década en el oficio, con "Like a Rolling Stone" alumbró "la mejor canción de todos los tiempos".

Sostenida en medio siglo, la singularidad de Dylan le elevó al altar reservado a los elegidos, líderes históricos llamados a influir en las masas. Para esa causa cuenta con sus cualidades y habilidades (guitarra, armónica, teclados), la exigencia de sus bandas renovadas; la heterodoxia para fundir las tradiciones inglesa, escocesa e irlandesa, y los géneros Usa, folk, blues, country, góspel, jazz, swing y, naturalmente el rock and roll que enriqueció con argumentos de altura y calado.

Desde la cumbre, que nunca le dio mal de altura, evoca su paso por los estilos musicales, los sentimientos que los alentaron y los reconocimientos -Grammys, Globos de Oro y Premios de la Academia- cita con gratitud al poeta Dylan Thomas, patrón de la nostalgia y las emociones cambiantes del romance masculino y, con su credibilidad, le hace un inmenso favor al Nobel de Literatura que, metido en la feria inevitable, padecía ya del mal del postureo. Por eso, ni se dio por enterado de la comunicación de las entidades organizadoras ni, hasta ahora, ha dicho nada de una distinción celebrada por millones de seguidores y cuestionada por cuatro pedorros; perdón, eruditos a la violeta, que diría Cadalso.