Si Alepo fuera Gaza supongo que el panorama que ofrecería Europa para los judíos no distaría mucho del que vivieron en los años 30 en ese continente. Por mera cuestión comparativa y de proporcionalidad. Las guerras de Israel contra Hamás y Hezbolá (el gran ejército del Líbano, como lo está demostrando con Assad) se saldan siempre con en torno a 2.000 muertos y cuantiosas pérdidas materiales. Alcanzados estos resultados, invariablemente se aceptan treguas y reconstrucción. Ni antes ni después. Al parecer, estas contumaces cifras, casi siempre idénticas, sirven de medida para acusar de holocausto y de nazis genocidas a los hijos de sus víctimas. Los palestinos en absoluto movilizan nada, sino la judeofobia.

En Siria el factor cuantitativo sepulta a Gaza porque hay que multiplicar por casi 200 los muertos con millones de desplazados. No hay comparación que valga. Mientras que si intervienen judíos el odio se masca, la visceralidad se desborda y comienza a oler a humo, cuando no están ellos la indiferencia se torna de aluminio. A la inhumanidad activa se contrapone la pasiva, a pesar de imágenes que deberían producir los efectos del electroshock o latigazos.

Hay dos cuestiones en extremo curiosas. El valor anodino de los muertos que provoquen los dictadores más infames o los terroristas más vesánicos y exterminadores. Mientras no haya criminales judíos, además de la única democracia de la región, por lo menos sin ser aniquilados, Europa responde con su más gélida apatía y asepsia de quirófano (Balcanes). La otra circunstancia es que Europa jamás pestañeará ante la apocalipsis cuando no les afecta lo más mínimo. Pero se revuelve hipersensible si ve refugiados intentando pisar su continente. Ahí cambia todo, el sur católico de Europa acogería a países enteros como si fueran franciscanos. Norte y este, otro asunto.

Es de todo punto insólito que los que no han hecho una mueca ante tantos niños muertos por bombas o inanición; degollados, quemados vivos, crucificados, indefensos humillados antes de asesinarlos y demás atrocidades nunca jamás antes vistas en directo, fueran a amar tanto a los refugiados, que justamente son los que han escapado vivos del infierno. De repente, los más indiferentes, capaces de soportarlo absolutamente todo, muestran incontenible humanidad por los puestos a salvo. Esta antojadiza humanidad, me temo que no sea tan pura, ni siquiera humanidad. Parece mucho más un ajuste de cuentas con ellos mismos, auto odio contra Occidente, antes el "Sistema", culpable y responsable siempre. Mueve el odio, no el amor. Seguimos sin refugiados: curioso.