La sociedad civil en general se articula a través de unos principios comunes, de un proyecto de conjunto, y de un reconocimiento de las peculiaridades de cada zona. Y los símbolos son parte importante de esa vertebración social. Son, en definitiva, una motivación para sentirse unidos en un mismo proyecto y para un mismo fin común compartido.

En los últimos tiempos se ha puesto de moda utilizar la simbología para intereses de parte, para dividir y para justificar diferencias donde realmente no las hay.

La música de las justificaciones para tal despropósito suena igual sea cual sea el territorio geográfico que quiera amparar ese atropello a los emblemas. Porque, en el fondo, lo que se pretende es resaltar lo diferente, llevando ese criterio hasta puntos de tensión máxima, puesto que cuánto más se extreman los sentimientos, algunos irresponsables creen que mayor será su propio rédito político.

Y tensar una sociedad con problemas que no existen es querer correr una cortina de humo sobre las auténticas preocupaciones de los ciudadanos, mitigar su criterio crítico con el día a día insuflando quiméricos sueños irrealizables y trasnochados que conllevan, en la gran mayoría de los casos, a una quiebra doliente de la cohesión social del lugar.

Tenemos, en los últimos tiempos, demasiados ejemplos nefastos de utilización del sentimiento de la diferenciación para ocultar tramas de corrupción, incompetencia en la gobernación o, simplemente, la incapacidad para liderar proyectos constructivos. Construir supone un esfuerzo para crear y llevar a cabo propuestas, negociar con el contrario, llegar a acuerdos y, en definitiva, hacer un uso correcto de la Democracia. Destruir y dividir no lleva aparejada otra cualidad que la negación del concepto mismo de Democracia, ya que los defensores de lo diferente suelen envolverse en banderas excluyentes para el no diálogo, para la ruptura y para enfrentar a la colectividad en disputas estériles.

Cuando vemos que un determinado partido político de sesgo populista enarbola banderas que, en sí mismas, no significan otra cosa que emblemas de un determinado momento político y para una determinada acción política en un tiempo pretérito, no nos extraña ya que su propia filosofía intrínseca radique en el enfrentamiento y la crispación. Pero hay partidos que en otras etapas del Constitucionalismo español han servido para dar estabilidad a gobiernos de diferente color pero que, en la actualidad, navegan sin rumbo definido y que se enquistan en la duda metódica de ser como eran o ser como otros les impulsan a ser.

Un partido como Coalición Canaria que se encuentra en una especie de limbo ideológico en estos tiempos permite, y apoya, que enseñas no constitucionales y no estatutarias ondeen en el órgano de representación más cercano a los ciudadanos, en los ayuntamientos de nuestras ciudades, posibilitando que un desatino como ese pueda ser esgrimido en el futuro por colectivos excluyentes.

Los valores y símbolos que nos hemos dado entre todos los ciudadanos canarios no pueden ser tergiversados ni repudiados a la ligera, como si no importara, por un grupo minoritario que pretende la autocomplacencia de la disputa, el regodeo de lo inestable para llegar nunca se sabe muy bien a dónde.

Por eso, la bandera canaria legítima y refrendada por nuestro Estatuto de Autonomía es una determinada. Esa es la que nos hemos querido otorgar y en la que nos sentimos a gusto la inmensa mayoría de la ciudadanía canaria. Apelar a otros sentimientos para amparar otras banderas es una artimaña fácil y caduca. Pero si quien ostenta la representación de los ciudadanos en las instituciones hacen como propia tal retorcida interpretación de lo que es la libertad, esa situación nos lleva a considerar que la clase política actual necesita un lavado de cara con carácter urgente para empezar a discernir que la voluntad de la ciudadanía es de la ciudadanía y no se puede retener en posicionamientos personales y oportunistas de partido.

Por lo tanto es deseable que haya en las instituciones con menos hipocresía y más altura de miras.

La ciudadanía lo que quiere es unir, no separar.

*Concejal de Ciudadanos en Santa Cruz de Tenerife