A los acontecimientos mundiales, con los crímenes de guerra que se cometen contra la humanidad, donde países y familias enteras sufren desgarros continuos, se suman los de las políticas, que sacuden a la gente, que observa los personalismos que ponen en solfa a la inteligencia, incapacitada para llegar a la génesis de los mismos.

No desde el ámbito de la psiquiatría, pero tal vez desde la semiótica y desde la epistemología, habría que hacer un esfuerzo para alumbrar que es lo que está pasando.

Porque la perplejidad es la que ha tomado protagonismo de una sociedad que no entiende nada de nada, por lo que habría que diseñar una guía para perplejos que ayude a escaparse de la vorágine del día a día atosigante y ramplón, donde los que observan, y emulando al recordado Javier Muguerza, están en ese camino, en el de la perplejidad.

Habría, además, que reseñar el auge existente del fomento de ambiciones y necesidades artificiales que no son dirigidas para asumir funciones de gobierno, que no se meditan bien dónde se está y hacia dónde se puede llegar si no se ponen los medios más íntimos, desarrollando un mecanismo psicológico propio para no dar con el fracaso que siempre acecha al poder y a los poderosos.

De ahí que la actitud que debe prodigarse en la perplejidad es la resistencia, escapándose de la responsabilidad y de los principios que siempre se invoca por el poder, llegándose a la no credibilidad y que los que, perplejos, necesitan una guía para sobrellevar, aunque sea coyunturalmente la avalancha de irracionalismo que pulula por los escenarios del poder.

Se hace necesario ampararse en el recuerdo de la elocuente canción del centinela de Edom y recogida en la profecía de Isaías que Max Weber cita: "Centinela, ¿cuánto ha de durar la noche todavía? A lo que el centinela respondía". "La mañana ha de venir , pero es de noche aún. Si quieren más preguntas vuelvan otra vez" . Por eso desde la perplejidad lo que se nos ocurre, parafraseando lo anterior: "No sé si la mañana llegará, puede que sí, puede que no. Pero llegue o no llegue, hay que resistir".

Ahí se condensa todo, en la resistencia que es capaz de generar el ser humano para desde la perplejidad que él no ha fabricado, sino aquellos desde la tramoyas del cambalacheo, se sea capaz de esperar por si las cosas cambian. Y con naturalidad sin aspavientos ni charangueos teatralizados.

La resistencia, pues, es el único campo que puede propiciar que a los que no se tienen en cuenta, aunque se diga con machaconería que se pierde el sueño por ellos, sean legión y marquen nuevas rutas en los pueblos de aquí y de allá.