Habida cuenta de que Madrid no nos manda el dinero que necesitamos para prestar una sanidad pública con el mismo nivel que recibe cualquier ciudadano español peninsular, a Canarias le quedan muy pocas alternativas. Concernido por el problema, quiero proponerles a los totufos del Gobierno algunas imaginativas soluciones que a ellos no se les han ocurrido. La primera, obviamente, es reducir el número de enfermos. Si bajamos el número de pacientes a la mitad se les dará un mejor servicio con el mismo personal y los mismos hospitales. Que el Gobierno, por tanto, proceda a ordenar que la mitad de los enfermos canarios dejen de estarlo. Y problema resuelto.

Otra alternativa es que el gobierno puede meterse a ahorrar diversos gastos. La ayuda a los clubes deportivos canarios; el dinero que se gasta en promoción turística; cualquier partida destinada a subvencionar actividades culturales, fiestas, carnavales, festivales de música, medios de comunicación o entidades sin ánimo de lucro; las inversiones en carreteras y en puertos o, por picar más alto, los sueldos de los servidores públicos, que como su propio nombre indica son vocacionales y lo de cobrar para ellos es lo de menos. La salud de los canarios está por encima de todo.

Si no se quiere llegar a ese extremo, otra solución es una bajada lineal de salario de todo el personal de Sanidad. Son unas 25.000 personas que cuestan unos mil cuatrocientos millones al año. Si cada trabajador o jefe se baja el sueldo a la mitad, se podrá contratar el doble de personal. Habrá más sanitarios para atender a los enfermitos y bajará el paro. Una idea genial con efectos laborales.

Pero si no quieren bajar los sueldos al personal y no eliminan otros gastos, aún nos queda una última opción. Sin tocar el sueldo de los sanitarios se les puede pedir un esfuerzo extra. Por ejemplo, que los liberados del sector renuncien a sus horas sindicales y las dediquen a pencar en la atención a los enfermos. O que todo el personal, una vez haya acabado la jornada de trabajo, dedique un par de horas gratis a currar para poder ofrecer más servicios.

Llegados a este punto algún amigo sanitario (alguno tengo) se debe estar acordando de mi difunto padre. Para su tranquilidad debo aclararle que, por supuesto, estoy bromeando. Ninguna de estas estrambóticas medidas -a pesar de tanta demagogia suelta con el asunto de los enfermos- se va a considerar siquiera. Unas porque son injustas. Y otras porque no hay suficientes yemas y claras. Con 25.000 votantes y sus familias cualquiera se tienta la ropa.

Pero como tampoco vamos a rascar nada de Madrid, porque ya no pintamos un carajo, en Sanidad sólo quedan dos soluciones viables: o recortan los gastos y jeringan a los enfermos o suben los impuestos y jeringan a los trabajadores: esos currantes que dedican el salario de seis meses de trabajo, cada año, a pagar todos los tenderetes. Pues que sean siete. ¿No?

O tal vez igual descubrimos que, a pesar de tanto rebenque opinando -verbigracia yo-, tenemos una muy buena sanidad. Mejorable sin duda pero buena. Y que sería estupendo dejar de manosearla tanto.