Acabo de contemplar con asombro el carrerón de una atleta que al llegar a la meta se desploma en los brazos de su entrenador. Cae literalmente en sus manos y así, cogida en brazos, la retira de la pista y rápidamente le pone hielo en las piernas. Al cabo de un rato, la deportista ya puede ponerse en pie. Aunque el vídeo que estoy viendo acorta el tiempo, ese momento crítico dura unos minutos que se eternizan entre los ruegos de la corredora: "¡Mis piernas!". "¡Por favor, ayuda!". La escena se repite cada vez que corre, cada vez que compite. Esta norteamericana llamada Kayla Montgomery puede contar éxitos importantes en lo suyo, que es correr media distancia. Y padece esclerosis múltiple.

En el breve documental que me envió una amiga y que circula en YouTube desde hace algún tiempo, la misma deportista cuenta cómo lo logra, cómo hace lo que hace. Por lo visto, desde niña ya tenía afición por el deporte. En alguna crónica he leído que con catorce años era una gran jugadora de fútbol. Con quince le diagnosticaron la enfermedad. Fue después cuando comenzó a correr. Ahora debe rondar los veinte, y aún sigue corriendo. Algunas páginas sobre atletas y atletismo que encontré en la red halagan el mucho mérito que tiene.

Kayla se desplomó repentinamente por primera vez jugando un partido. Lo explica como "una sensación de hormigueo en los pies" que le hizo perder la estabilidad. La cosa no quedó ahí. Una resonancia magnética reveló lesiones cerebrales y en la columna. La esclerosis múltiple irrumpió de forma "agresiva" y la mantuvo en la cama ocho largos meses, "sin sentir nada de las caderas para abajo". Cuenta que experimentó tristeza y también ira. Cuando Kayla sintió sus piernas de nuevo dicen que solo deseaba correr. "No sé cuánto tiempo me queda y quiero correr rápido (...) mientras pueda correr", le dijo a su entrenador. Así que regresó a la competición en otra disciplina.

En la web de la federación de Esclerosis Múltiple de España se explica que de esta dolencia crónica del sistema nervioso central no se conoce ni su causa ni su cura. Y que el curso de la enfermedad no se puede pronosticar, "es una enfermedad caprichosa que puede variar mucho de una persona a otra". En el caso de la atleta, cada vez que corre y sus piernas se calientan deja de sentir desde los dedos de los pies hasta la cintura, y aun así puede seguir corriendo a gran velocidad. Pero cuando para, cuando detiene el movimiento, entonces "nota las piernas entumecidas" y pierde el control. Por eso se derrumba al concluir cada carrera y por eso, ya en brazos de su entrenador -Patrick Cromwell-, le pide que le ayude a "encontrar" sus piernas. De ese colapso se recupera con el agua fría y el hielo. Es realmente impresionante ver esos instantes.

Al principio -según leo-, Kayla era "una corredora media más"; han sido los entrenamientos los que la han convertido en la atleta que es.

La medicación y la rehabilitación la levantaron de aquellos ocho meses de cama. Para todo esto que vino después solo se me ocurre pensar en la fuerza de su determinación. Ese empecinamiento en correr con sus piernas mientras pueda, hasta donde pueda; esa tozudez física y mental; esa forma de no negociar el esfuerzo; esa manera de confiar. Esa carrera que en realidad es carrera de resistencia a la enfermedad que persiste y que, en definitiva, habla más de su voluntad que de cualquier otra cosa.

Querer, más que poder -según yo lo veo-, es perseverar, para poder lograrlo unas veces y otras veces no. Querer es querer, insistir sin dejarlo de intentar. Y volver a empezar hasta ver dónde la vida misma permite llegar.

@rociocelisr

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