"Ahora tú vas a ver lo que será una nueva institución en manos del pueblo". Esas fueron las vibrantes palabras que pronunció en 2010 el presidente Chávez cuando decidió nacionalizar la empresa Agroisleña, que suministraba insumos agrícolas a gran parte de los productores venezolanos.

Ahora tú vas a ver. Seis años y ya lo puedes ver: la ruina. Con su nuevo nombre, Agropatria (porque la patria les suda a los populistas por todos los poros), todo en la empresa nacionalizada es un desastre, un descontrol, una turba de militares y enchufados incompetentes que ni suministran nada a nadie ni hacen nada a derechas.

Venezuela está en una situación tal de desabastecimiento alimentario que Amnistía Internacional ha recomendado comenzar un flujo de ayuda humanitaria. Algo que naturalmente ha sido drásticamente descartado por el presidente Maduro. En el Palacio de Miraflores, no hay más que ver el saludable aspecto del orondo Maduro, aún quedan reservas de arepas con carne mechada.

Pero por mucho que esté bien alimentado mientras su gente pasa hambre, a Maduro no se le va del corazón el sufrimiento del pueblo por la escasez alimentaria. Y para demostrar que está encima del problema, ha ordenado a las empresas, tanto públicas como privadas, que cedan empleados para que trabajen en la agricultura. En un insólito decreto el presidente dispone el reclutamiento obligatorio de cualquier trabajador de cualquier empresa con las "condiciones físicas y técnicas" suficientes como para trabajar en el campo durante sesenta días, prorrogables a otros sesenta.

Obligados a trabajar en la agricultura, miles de trabajadores abandonarán sus empresas para ponerse en contacto con la azada, los surcos y el solajero. Un paso más en el proceso de acelerada demencia que aqueja a la gloriosa revolución bolivariana que en España aún sigue contando con el incondicional aplauso de una nutrida tribu de una izquierda zombi, nostálgicos de aquel comunismo casposo que con la excusa de hacernos a todos iguales transformó a millones de seres humanos en esclavos del Estado dirigido por una privilegiada gerontocracia.

La historia de Europa es la historia de los avances de las democracias sociales de mercado. La competencia y el comercio, bajo la tutela de instituciones electas, nos ha proporcionado garantías sociales y estados de bienestar y ha dado a los países europeos más de medio siglo de pacífico desarrollo. Todos los experimentos autoritarios, estatalistas, de derechas o de izquierdas, han terminado naufragando, a veces en sangre. Pero inexplicablemente siguen contando con entusiastas defensores.

La deriva de Venezuela es terrible. Y para muchos canarios, unidos por lazos de sangre a sus familias en el país, es de una angustia extrema. El aparato revolucionario agrupado en torno a Maduro, que vive como una garrapata aferrada al poder, no va a admitir jamás su fracaso. Todos los desastres son siempre culpa de un enemigo interior o exterior. El reclutamiento forzoso de mano de obra agraria, salvo que lleven a los trabajadores a los campos de concentración agrícolas a punta de pistola, será un sonado fracaso. Pero es una muestra de la degradación final de la República Bolivariana.