Los datos que se han difundido en diferentes medios conducen a que el ciudadano de a pie tenga todo el derecho del mundo a dirigir un mensaje escueto a la casta (ahora sí) política: "Son unos incapaces desvergonzados". Aparte de carecer de las más elementales conductas éticas (piensan en sí mismos, olvidando el mensaje de los electores), sus dirigentes regalaron alas al independentismo catalán, han hundido a la clase media, han propiciado la desaparición del bipartidismo, han arropado a corruptos y han favorecido, imprudentemente, la entrada en el escenario político de nuevas organizaciones que, como mínimo, maquinan cómo se cogen las riendas de un país apoyándose en las masas paupérrimas hartas de carencias, depravaciones y prepotencias.

Este Gobierno de centro derecha europea, donde se refugian las derechas rancias (escuchado en un bar: "Con Franco no pasaba esto"), se mantiene como el partido más votado, pero ha conseguido el retorno de algo aún amenazante (Corea del Norte, Venezuela, Cuba...) y a punto de desaparecer: el comunismo. ¿Qué si no ha significado la irrupción de Podemos (cinco millones de votos) y otros grupúsculos en el escenario político español con proclamas bolcheviques que, poco a poco, van y van rectificándose? En esta última encuesta, el bolivarianismo baja tres puntos con respecto a las elecciones de diciembre. En los derrochados últimos cuatro meses, pudo haberse formado una base negociadora con el esfuerzo de todos. Sin embargo, el desprecio al ciudadano ha surgido otra vez al no llegar aún a un pacto con el tema de los gastos para reducir los próximos costes electorales. Existe entre ellos un temor a perder las prebendas perpetuas. Y con recelos no se consiguen acuerdos.

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) dio a conocer la pasada semana la última encuesta electoral antes de las elecciones del 26 de junio. Mire por donde se mire, lo más relevante y preocupante (se repite casi el barómetro de enero) es que el ochenta por ciento de los españoles volverían a votar lo mismo. Ocurren dos hechos más que significativos que la encuesta no reflejó por razones coyunturales. Uno, Susana Díaz declaró, contundentemente, que ella lo que quería era ganar. Nada de los noventa diputados conseguidos por Pedro Sánchez. Ganar o ganar. Con lo cual, el secretario de los socialistas-obreros ha ingresado en un horizonte más que oscuro para él. Tal vez asistamos al fin de una carrera política corta y demasiado ambiciosa. Hoy, el PSOE mantiene el segundo puesto.

El otro hecho desestabilizante se producirá con la posible aprobación de militantes y simpatizantes de Izquierda Unida (IU) hacia una confluencia electoral con Podemos, brindando a Pablo Iglesias el millón de votos obtenidos por Alberto Garzón en las elecciones de diciembre. Sintonizamos con Gaspar Llamazares cuando afirma, después, que esta asociación puede significar el final de su partido, resultando favorecido el radicalismo de Podemos, que, simplemente, engulliría a los de IU con el resultado de un frente que terminaría, también, con el PSOE. La izquierda española quedaría en manos de esta coalición mientras que la derecha seguiría correspondiendo al PP, con la probable incorporación de Ciudadanos. Aunque los dos hechos expuestos aquí son meras conjeturas, lo cierto es que quien va a marcar el paso el 26 de junio será la importante abstención pronosticada por todos.

España no puede seguir dependiendo de turbias codicias. Por un lado, la derecha inculcando el miedo al estupefacto ciudadano, cuando el miedo circula entre ella resguardando el prosaico sillón; por el otro, Iglesias dando por hecho el triunfo de las izquierdas ofreciendo a Sánchez una vicepresidencia ficticia. Todos han logrado un desorden de tal calibre que, suponiendo que a principios de julio se forme un nuevo gobierno (Rajoy-Rivera), nadie está en disposición de afirmar que su duración se extenderá en el tiempo que viene exigiendo Europa ante la evidente inestabilidad, el cumplimiento de nuevos recortes y un déficit engañoso, siguiendo los pasos de Zapatero. Habrá que recordar que la democracia no es la causa de los problemas y que es precisamente la democracia la que, según mandato del ciudadano, tendrá que solucionar la cascada de dificultades surgidas en estos últimos años. Los argumentos dictatoriales figuran en los libros de texto como vetusto pasado de nuestro país... a olvidar. Ante la que se aproxima, los españoles anhelamos respirar un clima de honestidad. ¡Ah!, se nos olvidaba: por lo visto Ana Oramas repite por CC.