En "La rebelión de las masas", Ortega y Gasset se preguntaba "qué insuficiencias radicales padece la cultura moderna europea", y concluía que para responder habría que desarrollar una "doctrina sobre la vida humana (...). Tal vez pronto pueda ser gritada". Esta es la última frase del libro, y refleja bien lo que fue el intento fundamental del filósofo español: esclarecer la realidad radical de la vida, de mi vida. Además, aporta una pista valiosa: asocia la superación de la crisis a la mejoría de la propia vida.

En resumen apretado, Ortega intuyó que la vida parte de una soledad radical, porque vivir, por de pronto, "es sentirse perdido". Y como esto es dramático, caben dos salidas: ocultar esa terrible realidad y buscar ideas que, aun no siendo verdaderas, se empleen "como trincheras para defenderse de la vida"; o bien reconocer la soledad inicial y ordenarla con empeño y veracidad, porque la vida no se nos da hecha y hemos de hacerla cada uno con total sinceridad.

Cuando Julián Marías explique la antropología de su maestro, afirmará el papel central de "los temas del esfuerzo y la autenticidad". Y también, que sin estas características la existencia se torna informe y ridícula, ya que, al decir de Ortega, "toda vida es la lucha, el esfuerzo por ser sí misma". Marías insistirá en que esta idea -y su contraria posibilidad de farsa- configuran "el núcleo de la idea orteguiana de la vida".

"En estos días asistimos al gigantesco espectáculo de innumerables vidas humanas que marchan perdidas en el laberinto de sí mismas por no tener a qué entregarse (...). Librada a sí misma, cada vida se queda en sí misma, vacía, sin tener qué hacer. Y como ha de llenarse con algo, se finge frívolamente a sí misma, se dedica a falsas ocupaciones, que nada íntimo, sincero, impone (...). Vivir es ir disparado hacia algo, es caminar hacia una meta. La meta no es mi caminar, no es mi vida; es algo a que pongo esta y que por lo mismo está fuera de ella, más allá", escribe nuestro filósofo más internacional.

Dos consecuencias valiosas. La primera, una llamada de alerta contra la falsificación de la propia vida: por decepción ante un golpe fuerte de la vida -una ruptura sentimental inesperada, la muerte de alguien querido, un revés económico...-, para ser aceptado socialmente, por mantener un estatus social de fama o éxito, para ganar dinero, por frivolidad, por falta de consistencia interior o por malvivir en la narcosis de la banalidad -el "distraído esencial", "refinado consumidor de ocio", en palabras de Rof Carballo-. Todas estas circunstancias favorecen una respuesta inauténtica para evitar el esfuerzo de afrontarlas.

También criticaba Ortega la posibilidad de falsear la vida a través de la religión. Esto le hace ser anticlerical, manifestarse contra la incrustación en una vida religiosa para encontrar una seguridad externa e insincera. Pero no se manifestaba como antirreligioso ante el cristianismo vivido con autenticidad. Por eso, Julián Marías protestaba cuando se hacía referencia a su maestro como anticristiano: "Esta significación sería totalmente ajena a su autor, nada grata para él". (Y esta fundamental diferencia la desconocen muchos ensayos, para mi asombro).

Además, Ortega subraya la necesidad de los ideales: "La vida humana, por su naturaleza propia, tiene que estar puesta a algo, a una empresa gloriosa o humilde, a un destino humilde o trivial. Se trata de una condición extraña, pero inexorable". ¿Qué proyecto futuro arde en nuestro interior y totaliza la vida?

Qué bien resume lo dicho el poema de Alejandra Pizarnik: "Señor / la jaula se ha / vuelto pájaro / y ha devorado mis / esperanzas. [mis seguridades] / Señor, / la jaula se ha / vuelto pájaro / ¿Qué haré / con el / miedo?". La respuesta de Ortega podría ser: "Tomar en vilo la propia vida y regalarla". Y yo añado: y mantenerse fiel a ese proyecto.

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