Existe gente que siempre busca un culpable, incluso cuando la culpa es una cosa difusa e inconcreta. La causa de la matanza de París no es de Bush, ni de Blair, ni de Aznar ni de nadie. Mataron antes de ellos y siguen matando después. La larga historia del terror es una enredadera que trepa por la historia hasta la tierra de Palestina. Y antes que las Torres Gemelas cayeran en Nueva York, ante los ojos asombrados de medio mundo, hubo asesinatos y bombas en competiciones olímpicas y secuestros de barcos y aviones. Y muertos. Muchos muertos. Porque hubo quienes dijeron que para combatir era necesario matar a los ciudadanos inocentes de aquellos países donde se quería crear el terror.

Los gobernantes de Europa nos piden que aguantemos. Que la democracia prevalecerá. No quiero ser grosero, pero ellos van rodeados por escoltas armados y en coches blindados. Ellos trabajan en edificios dotados de arcos de seguridad y vigilancia extrema. Ellos viajan en vehículos protegidos y con policía. No quedan bien pedirle a la gente que aguanten heroicamente mientras nos cazan como a conejos.

Nosotros viajamos en metro y en tren. Salimos a conciertos y de restaurantes y de copas. Y cuando vemos que unos tipos armados y con explosivos ejecutan a otros ciudadanos por docenas, por centenares, sentimos miedo. Un miedo terrible porque ni siquiera puedes luchar con las manos desnudas, desarmado, contra quien te puede matar a cualquier hora, en cualquier día, en cualquier momento y en cualquier sitio.

Los que nos gobiernan nos han quitado cada vez más intimidad. Hurgan en nuestros correos y nuestras vidas. Nos registran en los aeropuertos y en los trenes. Nos vigilan con satélites y algoritmos. Y nos han dicho una y otra vez que están dedicando todos los esfuerzos para descubrir a los asesinos que viven entre nosotros y que son capaces de conseguir explosivos y armas de combate e introducirlas en los países democráticos y asesinar a sus ciudadanos.

La seguridad es mentira. La horrenda realidad es que por cada uno que atrapan hay otros muchos terroristas durmientes preparándose para inmolarse llevándose por delante a tantas personas inocentes como puedan. Todos los discursos vibrantes, todo el patriotismo, todo el dolor y toda la rabia no sirve más que para acallar con emoción la certeza de que esta es un nuevo tipo de guerra para el que no estamos preparados.

Es una guerra cruel donde los soldados viven entre nosotros, como una quinta columna del terror. Una guerra en la que nos matan para responder a las muertes de otras personas en el otro lado del mundo. Una guerra que nuestros gobiernos no han sabido ganar ni han sabido evitar. Una guerra en nombre de un dios hecha por salvajes que lapidan a las mujeres, degüellan a los prisioneros, los queman y los aplastan con tanquetas.

No sé si ganaremos esa guerra, pero no será pidiéndonos fortaleza al pueblo desarmado. No será si seguimos aceptando ser futuras víctimas. No será ni con discursos a sangre pasada ni con falsas promesas de una seguridad que no existe.