"¿Qué son más necesarias las personas talentosas o las personas inteligentes?" Y José Antonio Marina responde con seguridad: "las primeras". La entrevista discurría en el marco de organizaciones empresariales o sociales y su contexto. El talento, o mejor, el concepto de talento, es un valor en alza en el mundo de los recursos humanos que se van adaptando a las exigencias del cambio de era. Cualquiera que preste atención a los discursos que abordan la nueva concepción del trabajo y las organizaciones, se da cuenta de que el talento está en boga.

Marina (no necesita presentación) es una de las grandes referencias en España y fuera de nuestro país en materia de educación. Este filósofo, prolífico escritor, ha dedicado el grueso de su investigación a elaborar una teoría de la inteligencia que comienza con la neurología y termina con la ética. Y no es casualidad que hilvane ambos términos.

Según José Antonio Marina "una cosa es la inteligencia y otra el uso que hagamos de ella". Cuenta el caso de un muchacho de 17 años, con un altísimo cociente intelectual, muy buen estudiante, al que le gustaba mandar. Se convirtió en el cabecilla de una pandilla. Le encantaba manejar dinero y se fue metiendo en pequeños delitos y en trapicheos de drogas. El chico dejó los estudios y con 23 años ingresó en la cárcel. Al tiempo que escucho a Marina, desfilan ante mis ojos los nombres de no sé cuántos imputados por casos de corrupción que la justicia investiga en España. ¿Gente inteligentísima?

El talento es otra cosa, es mucho más. Más determinante para la existencia personal y, sin duda, para la vida en sociedad. El talento, dice Marina, "nos permite utilizar bien nuestras destrezas y capacidades para dirigir nuestra acción hacia una vida lograda". Una vida de progreso, de crecimiento, de evolución, según lo entiendo yo. La vida de alguien que contribuye a la vida de otro alguien. El talento no se acaba en sí mismo, sino que se completa en los demás. Me inclino a pensar que sin esa proyección social, sin esa repercusión colectiva, grupal, el talento muere en la orilla y no va a ninguna parte.

La otra gran aportación sobre la inteligencia y el talento es la de Howard Gardner, autor de la teoría de las "inteligencias múltiples" que me despierta mucho interés. Gardner se refiere con el término "inteligencias" precisamente a "talentos, habilidades y capacidades mentales de una persona para resolver problemas o crear productos de necesidad". Este psicólogo norteamericano describe ocho inteligencias en cada ser humano, en todo ser humano. Y, esta es la parte que más me fascina de su planteamiento, razones biológicas y culturales explican que las personas desarrollemos más unas inteligencias que otras.

La conclusión es que todos somos inteligentes de alguna forma, todos somos buenos en algo, todos servimos para algo, todos podemos ser talentosos. La cuestión es decidir qué hacer con la inteligencia. Y, como dice Marina, cómo usarla, cómo convertir la inteligencia en talento. El desafío, me parece a mí, no es solo del sistema educativo. Aquí hay una competencia social. Si te detienes a pensar, nos retratamos por nuestra forma de actuar.

Personas inteligentes, incluso con altas capacidades, incapaces de vivir o dejar vivir. Incapaces de tolerar, de comprender, de escuchar. Incapaces de colaborar, de compadecer, de amar.

Personas inteligentes volcadas en cooperar. Gente que se autolidera o lidera grupos o familias, conscientes de su propio papel, de su responsabilidad. Capaces de proyectar lo que otros pueden alcanzar. Gente que resuelve o pacifica. Gente con la que se puede contar.

Ser inteligente es fabuloso. Ser talentoso añade un compromiso con uno mismo y con los demás.

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