Aún faltan menos de treinta días para la cuaresma electoral y de momento ya tenemos en la buchaca un astillero, cuatro playas, viviendas sociales gratis para todos, un salario o renta básica para 50.000 familias necesitadas, una bajada generalizada de impuestos autonómicos y municipales y cien mil más sesenta mil más cuarenta mil -en total doscientos mil- nuevos puestos de trabajo. Eso por citar sólo algunas de las promesas electorales más relevantes. No me explico cómo a nadie se le ha ocurrido celebrar unas elecciones cada seis meses. Al ritmo al que se prometen cosas, los problemas de este país quedarían resueltos en dos o tres elecciones y nuestras islas serían un paraíso donde además de no pagar impuestos tendríamos los precios más bajos del Estado, los sueldos más altos, las mejores infraestructuras y el pleno empleo para todos. En cambio ahora solo tenemos elecciones cada cuatro años y gente que, cada cuatro años, sigue tomándonos el pelo.

Pero es lo que hay. Un desierto mental donde suenan las voces del ministro Soria y la consejera Luengo, el allí y ella aquí, aunque el sea de aquí y ella de allí, acusándose uno a la otra y la otra al uno de no hacer nada por las renovables. Porque las renovables en Canarias son como Godot, que no es un peninsular presuntuoso sino un personaje al que se espera y nunca llega. Lo que hay es eso. Voces que se acusan de cosas que no existen. Un panorama desolador en el que las encuestas presagian la arribada de nuevos actores para transformar el escenario político en una melé aún más complicada.

Las encuestas retratan que en los principales municipios de Canarias los pactos van a producirse en el ambiente del camarote de los hermanos Marx. Y debido a las especiales cualidades mentales de los ciudadanos que han decidido hacer política en las actuales circunstancias (denuncias, juzgados, insultos, descrédito...) es de prever que durante cuatro años quienes logren formar un acuerdo de gobierno van a gastar mas tiempo en cubrirse el trasero de las traiciones de sus socios de pacto que en trabajar por los problemas de quienes les votaron. Así que en vez de mas farolas tendremos más mociones y en vez de más inversiones tendremos más debates. Ciertamente la historia siempre nos ha dado más cañones que mantequilla.

Lo que no entiendo es la escasa capacidad de los partidos para conectar con los ciudadanos. La gente ya no vota proyectos faraónicos que ni les importan, ni les conciernen, ni nadie se los cree. Hace años que periclitaron las ofertas políticas sobre la base de nuevas carreteras, playas o polideportivos. La gente se mueve por ilusiones, por esperanzas y, sobre todo, por el carisma de los liderazgos. El personal quiere personajes para encariñarse con ellos, como en una telenovela. Pablo Iglesias no tuvo empacho en poner su foto en las papeletas al parlamento europeo. No se cortó ni un pelo de la coleta, porque sabe de qué va esto. Y esto va, sustancialmente, de manejar las claves de la frivolidad, del populismo y de la telegenia.

Se dice que las elecciones no las gana la oposición sino que las pierde el gobierno. Estas van a ser unas elecciones curiosas donde va a perder todo el mundo. Cuando les veo prometiendo empleos y acueductos me resulta plenamente lógico que sea así. No han entendido lo que ha cambiado esto.