El regionalismo grancanario ha sido siempre muy particular. Está dotado de unas prodigiosas gafas que le permiten detectar de forma infalible los brotes de insularismo que aquejan a otros pero que resultan totalmente incapaces de percibir el que produce en su propia isla. Y esto es así, aunque el brote sea del tamaño de la bandera de España plantada en la capital que en su día concedió la primera alcaldía democrática a un partido independentista.

El pleito realmente no es insular, sino capitalino. Son las dos ciudades cocapitales las que llevan más de doscientos años a la greña mientras el resto de las islas las contempla, con más desinterés y cansancio que otra cosa. Y ya es casi una tradición que en ese charco acaben pescando, más tarde o más temprano, todos los políticos canarios.

Como un viejo león solitario, el presidente del Cabildo de Gran Canaria anda rugiendo por las esquinas en defensa de hacer con su suelo lo que le salga de sus insulares narices. Bravo de Laguna quiere construir nuevos hoteles de cuatro estrellas sea como sea. El Cabildo se durmió en su día a la hora de planificar la isla y la moratoria les cogió con los pantalones en los tobillos. La cantidad de suelo turístico congelado que tienen es demasiado grande para su gusto. Y para el de los dueños del suelo. De ahí que Bravo se haya subido al campanario para tocar a rebato llamando al pueblo a las armas contra el malvado chicharrero.

Bravo de Laguna tiene sustancia argumental cuando defiende que deben ser las islas las que definan sus estrategias de desarrollo. Pero el pobre hombre debe estar un poco trastornado por la falta de sueño, por la calima, la panza de burro o yo qué sé. Porque decir que los hoteleros de Tenerife tienen agarrado por los bajos al Gobierno de Canarias es no tener ni repajolera idea de por dónde van los tiros. Bravo se equivoca. Si a Gran Canaria la están apiolando con lo de los hoteles de cuatro estrellas obedece sólo a dos cosas. A que el Cabildo de Gran Canaria no hizo su trabajo de forma diligente y retrasó de forma inexplicable su planeamiento. Y a que el Gobierno, también con el apoyo y el aplauso del PP, su partido, decidió un día cerrar el grifo del crecimiento turístico congelando el suelo destinado a su desarrollo.

Este Gobierno de Canarias, en su nueva regulación del turismo, se mantiene ajeno a cualquier tipo de consideración que no sea un encomiable plan de renovación de hoteles cascados. Ni le influyen los hoteleros. Ni le influyen los 360.000 canarios colgados de la brocha que buscan trabajo sin encontrarlo. Ni le influye el sentido común, que aconseja no meterse de futurólogo cuando tu experiencia en el sector son dos hoteles escuela que no levantan cabeza. ¿Y estos son los que dicen cómo tiene que ser el futuro hotelero? Manolete, si no sabes, pa'' qué te metes.