A veces la vida te pone en tu sitio. La realidad te da una bofetada para quitarte de encima la tontería. Te pasas el tiempo quejándote de los problemas, de la asfixia económica, de la hipoteca..., y de repente la imagen sospechosa de un bulto en una radiografía hace que todo eso de lo que tanto te quejabas se vuelva irrelevante y absurdo. La vida adquiere una nueva perspectiva y tu orden de prioridades cambia bruscamente.

El salvaje asesinato de doce periodistas de la revista de humor francesa Charlie Hebdo pertenece a ese orden de cosas que nos sacuden como una oleada de emociones encontradas. Los periodistas de extrarradio sufrimos represalias de muy baja intensidad. Nos muerden los tobillos algunos miserables que también se dedican a esto de la comunicación y que han montado su negocio sobre la base de escribir miserias de los compañeros de profesión para conseguir notoriedad a base de insultos. Nos descalifican algunos lectores indignados con todo lo que no sea su propia opinión. Nos desprecian en la intimidad los políticos a los que no alabamos todo lo que debiéramos y sabemos que los que hoy nos sonríen, mañana, en cuanto nos toque hablar de alguna de sus cosas, nos odiarán ostensiblemente. Pero todas esas cosas son pequeñas incomodidades la mar de llevaderas. Con el paso de los años, uno se acostumbra, se amolda, se hace a la cosa de ni hacer demasiado caso de los halagos ni hacer demasiada reflexión de los insultos.

Que entren tres tipos y maten a doce personas en una redacción es otra cosa. La venganza de los extremistas islámicos contra una revista satírica que se había burlado del profeta y de los radicales musulmanes es el símbolo del ataque a Occidente de una cultura medieval que intenta esclavizar a través del terror. Esta es la historia de siempre. Los radicales xenófobos por un lado, odiando a la inmigración, predicando el racismo y el rechazo a los extranjeros. Y los radicales yihadistas por el otro, odiando a quienes no comulgan con su mundo onírico de guerreros barbudos y huríes complacientes y esclavas. Y en medio, las víctimas, quienes defienden la tolerancia, un mundo sin fronteras, un planeta donde cabemos todos, un poco más justo, un mucho más libre, donde podamos burlarnos de todos y de todo, incluidos nosotros mismos. Y donde la violencia no tenga más destino que el olvido.

La larga lista de los periodistas que han dado su vida en el ejercicio de la profesión cuenta desde ayer con nuevos miembros. Hacer humor de los mitos y sus personajes, de las religiones y sus ídolos, les costó la vida. Un lápiz y un papel contra las Kalashnikov de quienes demuestran una y otra vez que pueden matar en Europa dónde y cuándo quieran. Porque la seguridad que nos venden nuestros gobiernos, a la postre, sólo sirve para incomodar a los propios y pacíficos ciudadanos.

Europa es un crisol de razas y un espacio de libertad, fraternidad e igualdad. Que lo siga siendo será la mayor victoria ante los asesinos. Si crece el racismo y el odio, los violentos habrán ganado. Para eso matan. Seguir escribiendo en libertad, seguir haciendo humor, seguir desafiando irreverentemente a los mitos intocables y a los tabúes, es mantener izada la bandera de la libertad por la que han muerto doce periodistas, doce humoristas franceses desarmados e indefensos, rematados a sangre fría por una religión asesina en el suelo de su propio país.