...es no arriesgarse". Me encanta este verso de Fito Cabrales. Pertenece a una canción titulada "Entre la espada y la pared", de su último disco. Y no digo que aún me vendría mejor grabármelo en la piel porque hacerme un tatuaje, con lo que eso debe doler, no entra en mis planes. Vamos a dejarlo así, expresado en sentido figurado. El peso de las palabras, que cuestan poco, encierra una verdad como un templo: vivir es también arriesgarse.

"Lo contrario de vivir es no arriesgarse", dice Fito.

Y yo lo interpreto como no arriesgarse a la equivocación. A dar un paso en falso. A no aceptar el error y no saber qué hacer luego con la vergüenza y la frustración. No arriesgarse al compromiso. A tener que cumplir con la palabra dada. A deberse a una promesa o a una mano estrechada. No arriesgarse al esfuerzo. Más aún si el esfuerzo es constante. Si requiere disciplina, o al menos, cierta dinámica. No arriesgarse a la crítica, por si es mala. Por si en bocas ajenas se nos despedaza. Y sufrimos desprestigio y se nos compara. No arriesgarse al amor, que el desamor amenaza.

Hace unos días, el médico cirujano Mario Alonso Puig, que desde hace años cambió el quirófano por las salas de conferencia donde imparte talleres y charlas sobre desarrollo personal, explicaba en Radio EL DÍA que cuando afrontamos los momentos que él llama de "transformaciones", o sea cambios profundos, todos experimentamos un miedo que, en según qué casos, puede llegar a paralizarnos. O tal vez, puede ocurrir que a pesar de estar asustados, logremos superarnos. Y lo resume en una idea: todo es cuestión de fe. Es decir, de confiar en lo que valemos, en nuestras posibilidades y en nuestro ingenio. Y que depende de cada persona decidir qué quiere hacer: seguir más allá pese al miedo o dejarlo estar.

Lo voy sabiendo. Como cuando acometí aquellos cambios. Y como cuando debí hacerlo y no lo hice. Entiendo que si lo dejas estar, el miedo se queda y las personas detenemos toda iniciativa a la espera de reunir el coraje para dar el salto. Y quién sabe el tiempo que podemos permanecer anclados. Tirar para adelante a pesar del vértigo no garantiza el éxito, yo creo, pero seguramente pocas cosas colman tanto como cuando uno comprueba que se atreve a vivir. Que, con sensatez, se atreve.

Ojo que Alonso Puig se cuida mucho de aclarar que no se trata de lanzarse a lo loco ni de impresionar a nadie con nuestras "hazañas". Me parecen dos matices de primera que no hay que pasar por alto. Ni tirarnos al monte a lo que sea sin sopesar posibilidades reales, bondades de las determinaciones y consecuencias. Ni tampoco tomar decisiones porque pretendamos deslumbrar a los demás y causar en ellos asombro. Ni lo uno ni lo otro, según lo veo, tienen que ver con una decisión madura, ni con un riesgo sensato.

Vivir es también arriesgarse. A veces, asumir incomodidades. En ocasiones apartarse de la calidez de una mesa camilla estática en la que, a cambio de no sufrir sobresaltos, nunca pasa nada. Vivir es también equivocarse, comprometerse, esforzarse, exponerse, enamorarse...

Vivir es también apostar por nosotros. Saber que en algún rincón de uno mismo aguardan el talento y el arrojo. Saber que hay algo extraordinario en alguna parte de nosotros, grandes ideas, buenos proyectos, estupendos propósitos. Confiar en las propias capacidades. Tener la fe para aguantar las embestidas de la duda y las vacilaciones del ánimo. Tener la esperanza de que lo mejor de nosotros mismos seguirá brotando.

@rociocelisr cuentasconmipalabra.com