Que este país es adicto a la fiesta y a la pandereta lo sabemos todos. De hecho, cuando uno sale de España, se nos conoce por eso. La marca "España" va asociada a la paella, a la sangría, a la picaresca y al ganduleo a la hora de arrimar el hombro.

Últimamente se está dando además un fenómeno que comienza a ser preocupante: nos gobiernan las tertulias de televisión, donde parece que ahora reside la soberanía del pueblo. Lo que se habla en esos aflautados chanchullos va a misa. La moda ahora es ser tertuliano de una gran cadena y a base de gritos y bravuconadas cobrar una buena pasta a fin de mes y de paso ser un prescriptor de opinión conocido y respetado.

Lo cierto es que en esos batiburrillos da auténtica vergüenza oír a personajes de medio pelo con cara de fariseo pontificar sobre asuntos de actualidad como si fueran catedráticos en la materia sin saber de lo que hablan. Y peor aún es que la mayoría de los ciudadanos creen que lo que ahí se dice es palabra divina, cuando realmente se oyen tantas burradas incoherentes que uno se pone colorado. Mal asunto este de las tertulias televisivas chillonas, donde presuntos comunicadores y cada vez más políticos mediocres se tiran los trastos a la cabeza, ante las carcajadas de la audiencia y la decepción de muchos ante tan patético espectáculo.

@sdnegrin