1.- Yo viví en Sevilla hace 45 años, así que esta Sevilla se parece más bien poco a la mía, pero le dije al cochero que me llevara por el puesto de Los Monos, por la Puerta de Jerez, por el Parque de María Luisa, por la catedral hasta la calle Canalejas y por la Plaza de España. Y entonces empezaron a amontonarse los recuerdos y comprobé que todo eso era igual y que la Giralda sigue estando ahí, iluminada y bella, vigilando las noches de Sevilla, como vigilan las ciudades los minaretes. No fui al kiosco "" porque una vez que el domador de moscas ya no trabaja allí, no me interesa. Seguirá domando moscas en Nueva York, con su smoking rojo y su sonrisa de ventajista. El bello corcel azabache tecleaba en el empedrado con sus herraduras, agitando mis recuerdos, bordeando la Torre del Oro y el Archivo de Indias y el Palacio Arzobispal y los Reales Alcázares, pero el carruaje no pudo entrar en Sierpes, ni en Tetuán, ni en la Plaza Nueva, que recorrí a pie. Es verdad lo que dicen Los del Río: Sevilla tiene un color especial.

2.- Fue el punto final de mi viaje, nada turístico ni profesional por cierto, que me llevó otra vez a Andalucía. Sevilla es la tierra de mi abuelo, tan canario como su padre, su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo, pero que nació en Sevilla por accidente y en su facultad estudiaron Derecho mi bisabuelo y él mismo. Mi abuelo le tenía mucho cariño a esta ciudad, tan cargada de historia y que cautiva. Y yo, que pasé dos años de mi juventud en Sevilla, me parece que es lo más grande que existe en España: divertida, señorial, abierta, monumental. Nada más despegar mi avión se produjo un terremoto en el Mar de Alborán que afectó a Andalucía. Yo viví, allá por los sesenta, finales, el más fuerte que se produjo en Sevilla desde que se recuerda. Ya lo he contado alguna vez.

3.- Traigo a Andalucía en el corazón, como siempre que la disfruto. Esta vez he estado más días, me he movido más, pero no he querido visitar a mis compañeros de colegio y de universidad. Están demasiado viejos y me puedo contagiar. Uno, a medida que va andando por la vida, ve más viejos a los demás que a uno mismo y no es cosa de cambiar los criterios. Sevilla, desde el Arenal, que es donde estaba mi hotel; desde una ventana veía el conjunto monumental iluminado. Qué maravilla.

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