En mi ya larga vida profesional he tenido la oportunidad de asistir a innumerables charlas, conferencias o mesas redondas en las que el tema estrella ha sido el consumo. s notorio que este, como la bolsa, sube o baja, influyendo en uno u otro sentido una serie de factores que los economistas estudian de manera muy concienzuda para hacer posteriormente unas gráficas que pretenden ser esclarecedoras, pero el propósito de estos encuentros no fue nunca contemplar las bajadas sino las subidas. Todo se hacía con el propósito de que la gente consumiera más, sin importar a veces el escaso beneficio que esa actitud producía y resaltando siempre el aumento de las ventas; figurar en el mercado como líder era a veces más importante que el signo de la cuenta de resultados.

Si en algo están de acuerdo los economistas es en la fantasía que creó en nuestra mente la burbuja inmobiliaria. La bonanza, la generosidad de la banca -"no pida usted 20.000 euros sino 30.000; así puede cambiar de coche..."-, nuestro deseo de no privarnos de lo que tenía el vecino, y muchos otros factores, nos hicieron creer que todo estaba a nuestro alcance. La dura realidad, cuando al fin los políticos nos la dieron a conocer, nos enfrentó a una situación cuyos efectos estamos soportando -y lo que nos queda-, privándonos incluso de lo que antes considerábamos imprescindible.

Como suele decirse cuando manejamos números, háblame en cristiano por que yo soy de letras. Yo, sin embargo, soy de ciencias y tampoco lo entiendo. s raro en la actualidad el español que no "sabe" algo de economía; hasta en los corrillos de cualquier bar de las medianías se habla de ella con autoridad. Desde los primeros días de cada mes, como si en ello nos fuera la vida, estamos atentos a los informes que nos ofrece el Instituto Nacional de stadística. l desempleo, el IPC, la confianza del consumidor y otros muchos factores son todos minuciosamente analizados por empleados y desempleados, intentando encontrar en ellos algo que nos levante el ánimo. Se echan a un lado las palabras altisonantes y las diferencias de criterio del gobierno y la oposición, de todo lo cual se sacan unas conclusiones: la economía va mejor, las cuentas del stado están mucho más saneadas, uropa nos mira ya con mayor confianza, la prima de riesgo está en los niveles más bajos... Solo falta que aumente el consumo. Al crecer este las fábricas tendrán que producir más bienes, tendrán que admitir más personal y el desempleo -causa principal de nuestras zozobras- disminuirá sensiblemente. Muerto el perro se acabó la rabia.

Y es en este punto donde se me suscitan las dudas que antes planteé. Como diría un inglés, "mí no entender", porque si lo que se pretende es que consumamos más, ¿nos están sugiriendo que volvamos a endeudarnos como antes de la crisis? ¿Volverán los bancos a ofrecernos suculentos créditos a intereses bajos para cambiar el coche, adquirir un nuevo equipo de música y un televisor de plasma y poder realizar ya el crucero que teníamos pendiente? Claro, está por medio la nunca tan ponderada sociedad del bienestar, algo a lo que accedimos -ficticiamente- y que ya nos resulta difícil olvidar. Me enseñaron mis padres que es el trabajo, justamente remunerado, el que produce una vida digna. Claro está, esto se hará realidad cuando exista ese trabajo, pues si no lo hay el asunto no tiene solución; no lo tiene claro el partido que gobierna para resolver ese dilema.

He estado varias veces en stados Unidos y de ellas he sacado algunas conclusiones. Quizá la principal sea que el progreso del país está basado en el consumo; allí, como no cambie uno de coche cada dos años te miran mal. Se produce y hay que consumir: no hay vuelta de hoja. Lo mismo ocurre en los países europeos -Reino Unido, Alemania, Francia, Italia...-, que cada día están más en esa línea, si bien los resultados no son esperanzadores. Cuando leo que el consumo ha aumentado un 0,06 % no sé si llorar o reírme. Creo que todos, cada uno en su casa, sabiendo las posibilidades que tiene, analizando con frialdad sus ingresos y gastos, debería trazar una hoja de ruta y limitarse a cumplirla pase lo que pase. No podemos seguir construyendo viviendas para continuar fabricando cocinas, neveras y lavadoras. Probablemente aumentará el desempleo, se limitará nuestro bienestar, pero la herencia que dejemos estará más saneada, no tan maquillada.