Es la moda. La corrupción llena titulares, agota a los tertulianos de turno y se enfrenta a los gobiernos, que dicen no cesan en darle guerra sin cuartel. Pero, a pesar de insulsos debates, leyes de transparencia y reglamentos, esta se escurre como un cordero con piel de lobo, continuando dando bocado tras bocado en las carnes de la sociedad y cada día que pasa nos depara nuevas sorpresas.

La corrupción es tan vieja como el hombre y es consustancial con el funcionamiento social; hasta hay quien dice desde la autoridad académica que la sociedad no podría desarrollarse si no se le engrasa con la mugre de la corrupción, y que esta ejerce hasta una función vital. No se puede entender la vida de relación social y política sin su presencia.

La corrupción no despierta la indignación que debiera, y ahí la gran paradoja, ya que la protesta social, que la hay, tendría que disparar el clamor de una sociedad machacada, desmoralizada y que desde el escenario de la democracia se acorta, se mediatiza, descomponiendo su fuerza en vectores de poca monta que hace que esta se distribuya y no alcance la resonancia debida para cambiar actitudes y disponer de nuevas políticas. Se parchea, se dice qué medidas tomar, pero el quietismo disimulador en lo fundamental es lo que prevalece.

Encontrar el porqué, las raíces de la corrupción, puede convertirse en un trabajo baladí que pudiera conducir a ninguna parte. Se cree en la corrupción como se puede creer en otra cosa cualquiera. Se personaliza aquí y allí, salen nombres y más nombres de personajes enfangados en este lodazal. Un día, como la más reciente de esas tarjetas opacas, aparecen los nombres de ochenta y ocho personas, algunas de ellas conocidas, que pasaban por honorables y que dictaban en tertulias lecciones de ética, pero seguramente dentro de unos días aparecerá otro asunto que dejará en el olvido a Pujol y a los de Bankia, que se perderán en lo infinito del comentario.

Además, cuando los corruptos gozan de más privilegios que aquellos que guardan las normas y son respetuosos con las leyes se puede llegar a un punto final en donde, por más discursos que se pronuncien y por más soflamas que se prodiguen, todo seguirá en el mismo sitio que antes. Y ante esto se podrá afirmar que la ética y la decencia es una asignatura pendiente desde la época aristotélica.

Por eso, buscar el por qué de la corrupción, aunque parece fácil, solo servirá para dar algún que otro puñetazo sobre al mesa, para provocar alguna que otra dimisión, pero el fundamento de la misma seguirá el camino que ha emprendido desde que el hombre es lobo para otro hombre, tal como predijo Hobbes.