1.- Por muchos motivos, este lunes pasado fue un día de muchas emociones. Algunas buenas y otras malas. Nunca llueve a gusto de todos, así que aceptaré mi buena y mi mala suerte, entre otras cosas porque nadie es dueño de su destino. A la edad de uno, se acuesta y se levanta el personal resignado a su suerte. Yo pensé que en mi condición de irredento jubileta ya pocas cosas me iban a ocurrir en la vida, pero estaba equivocado. Ahora se acumulan los acontecimientos. Incluso me llueven las invitaciones, que por norma rechazo, a viajar por ahí, a asistir a actos aburridos y a convertirme, de nuevo, en protagonista. Incluso algunos prebostes de CC han pedido mi cabeza por ahí, lo que me deja más frío que caliente. Ya les entregaré yo alguna cabeza, sin atreverme a asegurar que sea la de pensar. Hoy intento escribir una crónica descafeinada, para descansar de tanta actualidad. Lo que pasa es que cada vez que digo esto el cuerpo me pide guerra. Yo disfruto dándole guerra al cuerpo.

Cuando uno está harto de la actualidad piensa en los objetos. César González-Ruano escribió un libro entero sobre los objetos, que es un buen recurso del cronista para evadirse del tráfago de las ideas ajenas que hay que transcribir y criticar cotidianamente. Yo tengo ese libro, que conseguí en la Cuesta de Moyano, y es asombroso. Cuánto puede dar de sí una silla, una ventana, un flexo o una mesa. Una vez escribí sobre lo que me transmitía la vieja mesa de caoba del despacho de mi abuelo y de mi padre, que ahora descansa en un depósito familiar hasta que alguna de mis hijas la adopte como suya. Corazones de mi juventud dibujados en el tablero, anotaciones breves de mis estudios, muescas/recordatorio de algún episodio incontable.

3.- Los objetos parecen inertes pero no lo están. Una mesa es un pozo de secretos. Cuántas confidencias guardadas en sus gavetas; cuánto sudor desprendido de unas manos nerviosas que teclean una vieja máquina de escribir "Underwood"; cuantos pensamientos la sobrevolaron en vuelo rasante en un momento determinado de nuestras vidas; cuántas vidas han pasado por ella, en silencio o ruidosamente; cuántos puñetazos de impotencia sobre sus costillas. Los objetos tienen vida, como las muñecas, que dicen que danzan por la noche, cuando se acuestan las niñas. O como los tanques de los niños, que arrancan y disparan y se mueven antes del amanecer, matando a otros muñecos. César escribió sobre las cosas. Y yo también. Es de justicia.

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