1.- El pasado lunes me levanté deprisa porque tenía que hacer unas diligencias y enfilé al norte porque me instalaban el Canal + en Tacoronte, en la casa de mi santa, que yo no tengo ni casa. Bendita la hora porque el Teide estaba tan claro y el día tan limpio que se podía distinguir hasta la piedra pómez de las barranqueras. De esos días luminosos que se ven cuatro al año, en un otoño que no es otoño, sino verano, porque no nos abandonan las temperaturas estivales. Siempre dice el mago que los tiempos están descambiados y, a su manera, tiene razón. El mago es un buen observador del tiempo, no por sabio, ni por sagaz, sino porque dispone de todas las horas del mundo para dedicarse a este menester de observar su entorno. De ahí que todos le hagamos caso a sus predicciones, en ocasiones descabelladas y poco creíbles y en otras certeras. Es un otoño sin otoño porque hasta la vegetación ha cambiado los tiempos de desvestirse. Cuando yo era estudiante y vivía en la península me asombraba mucho eso de que los árboles se desnudaran en otoño, al contrario que aquí, en Canarias, donde continúan vestidos pero con trajes de verano.

2.- La visión del Teide me conmovió, como siempre, porque no hay nada más bello que la montaña vista desde Tacoronte, donde hace sólo un rato he escuchado la poesía de dedicada al Cristo de los Dolores, abrazado a su cruz, que no crucificado. El azul hacía telón y la isla se llenaba de perfiles poco audaces, suaves y delicados. Sólo turbaban el silencio y agitaban levemente el aire imperceptible los aviones que tomaban tierra en Los Rodeos y que despegaban ruidosamente rumbo a Dios sabe dónde. Era la escena moderna porque todo lo demás era antiguo, campesino y hermoso.

3.- Este lunes, pues, me levanté de azul y Teide, que es una combinación que te despierta todos los sentidos y te revela, porque a veces no te enteras, que vives en una tierra portentosa, tan llena de lugares mágicos. No me extraña que ahora, por eso y por razones económicas, todos los productores y directores quieran rodar en Tenerife, donde el paisaje se mezcla con la fiscalidad. Qué bonito, ¿no?: contar todo esto en un otoño que no es otoño porque los tiempos están descambiados y los meteorólogos no atinan en sus predicciones, como es habitual. Sólo el mago, sentado en una piedra, el mago mirando, es capaz de adivinar por dónde quieren ir las nubes y por dónde se quedan los claros. No había nubes el lunes, sólo el telón azul que dejaba ver la montaña sagrada. Un inmenso plató de aristas, de volcanes y de pinos canarios que ponían allá arriba una sonrisa verde. Verde esperanza.

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