Siempre se dice que uno de los placeres del verano es la lectura; aunque sea en tableta. Para mí, afortunadamente, no es solo esa época la que me atrapa para leer. Me inculcaron el hábito desde pequeño -mejor dicho, vi que mis padres y hermanos leían, e hice lo mismo- y no he abandonado esa línea desde entonces. Por mis manos han pasado libros de todo tipo y autores, con la ventaja que supone adentrarse en el mundo de la lectura poco a poco; no se debe leer a Sócrates con diez años, sino cuando la edad nos da la capacidad de comprender los profundos pensamientos del filósofo y pensador griego.

Sin embargo, dando lo anterior por bueno, yo creo que el verano es también un momento para meditar, de sacar conclusiones, de establecer si nuestra vida sigue los pasos que en su momento le asignamos, y, en este último caso, si nuestras aspiraciones no se han visto cumplidas, tomar la decisión de girar el timón -los grados que haga falta- para enfrentarnos a las singladuras que nos esperan.

Mi lugar de meditación preferido es la terraza del Hotel Médano. Allí, con Montaña Roja sirviéndome de telón y viendo el "volar" de los surfistas sobre las encrespadas olas que los alisios siempre producen, dejo que mi imaginación se recree en proyectos, argumentos para mis escritos o intenciones para el futuro.

También pienso en la actualidad que nos está tocando vivir: el hambre que se padece en tantos lugares del mundo, la miseria, las drogas y, sobre todo, las guerras, tan absurdas y, sin embargo, parece que indispensables para que la humanidad siga su camino hacia la autodestrucción. El pasado agosto hice un recuento de las que en la actualidad son noticia -a veces, pues algunas, por lo duraderas, no lo son- en los medios de comunicación. Contando también con los conflictos, más o menos soterrados, y tras consultarlo en la Red, está perturbada la normalidad en Chechenia, Nagorno-Karabaj, Afganistán, Cachemira, Nepal, Birmania, Corea, Sri Lanka, Filipinas, Indonesia, Colombia, Argelia, Etiopía, Senegal, Guinea Conakry, Liberia, República Democrática del Congo, Argelia, Uganda, Somalia, Yemen , Libia, República Centroafricana, Irak y Siria, aunque seguro que habrá otros lugares donde la violencia se ha enseñoreado. Ante este panorama de destrucción, ¿qué puede uno pensar de los organismos que se han creado para evitar este derramamiento de sangre?

Creo que todos lo tenemos claro: detrás están más o menos visibles los intereses económicos, los grupos de presión, la industria armamentística y tantas cosas más cuya existencia conocemos, pero contra las cuales, aparentemente, no se puede luchar. Resulta absurdo, por ejemplo, que algunos países bombardeen sin piedad el avance del Estado Islámico en Siria, cuando esos mismos países son los que les han vendido armas a los insurrectos.

¿Y por qué el título de este artículo? Pues porque he tenido ocasión de leer estos últimos días un pequeño libro -Mi visión del mundo- que recopila artículos escritos por el famoso científico alemán, y me ha asombrado -algo sabía sobre ello con anterioridad- su antimilitarismo. Al oír hablar de él mucha gente lo relaciona con la bomba atómica, como si hubiese sido su creador, lo cual es totalmente falso. Lo único que hizo fue escribir una carta el año 1939 al presidente Roosevelt, advirtiéndole del peligro que significaría para la humanidad que los nazis se adelantaran en la carrera atómica, lo cual convenció a los americanos de fabricar la bomba en cuestión.

Pero el antimilitarismo de Einstein no se reflejó solo en artículos periodísticos sino en una actitud activa, interviniendo en mítines, dictando conferencias, preocupándose para que se conociera su oposición al servicio militar obligatorio, enfrentándose con radicales que pregonaban la necesidad -no solo en Estados Unidos sino en varios países europeos- de tener ejércitos bien armados, por lo que podríamos considerarlo como uno de los primeros activistas en favor de los derechos humanos.

Einstein fue -así lo proclamó la revista TIME- el personaje más importante e influyente del siglo XX, pero no solo por su aporte a la Física sino por otras muchas virtudes. Su humanismo, su preocupación por los desheredados de la fortuna -qué tópico más horrible-, su lucha para que el bienestar estuviese más repartido... Transcurridos 59 años de su muerte, ¿cuáles serían sus pensamientos si viviera los convulsos tiempos actuales? Sin duda alguna recriminaría a los dirigentes políticos, abogaría por la necesidad de que la ONU cumpliera la misión que la creó, pero lamentablemente continuaría sin ser escuchado.