Volver al recuerdo es gratificante y cuando se abandona el tiempo, las lecturas que nos han empujado hacia la reflexión, las ideas que ha fabricado nuestro cerebro, se llega a un estado que bien pudiera ser de tranquilidad, de quietud esplendorosa.

Son días que quedan atrás, momentos que aunque se pretendan repetir no van a ser iguales, como así fueron ayer, y que permanecen escondidos en los recovecos de la memoria para deleite de uno mismo con todos aquellos personajes o entornos que hicieron posible que el recuerdo se fortaleciera y esté ahí fortalecido y pendiente de un regreso hacia el.

Recordar es siempre dar vueltas y más vueltas por los recovecos de todo aquello que queda atrás; es tomar con dedos insustanciales y asumiendo todos los riesgos lo que nos distrae de la inclemencia del día a día y nos dispone a mejores empresas. Muchas veces no es otra cosa que mecerse en la hamaca de la tranquilidad, en la que lo único que se hace es bambolearse en el influjo de la quietud del paisaje o simplemente volver a estar acompañado del rompiente de las olas o de un cielo pleno de estrellas o volver sobre las paginas de aquel libro que despertó la inquietud que permanecía dormida.

O también que en aquel párrafo apenas perceptible que fue el que motivó la idea que haces tuya y que pondrás algún día en el sitio que le corresponda, para argumentar cuestiones con la enjundia que da un libro capaz de enderezar entuertos.

Por eso, el recuerdo, cuando se alimenta con la serenidad de los tiempos que han pasado y no de turbulencias y se construye a través de una vivencia concreta, es como un alivio que funciona revitalizando la mente y todo aquello que se queda impregnado en la memoria.

Recuerdos que se amontonan cada día que te vas haciendo mayor y que marcan el distingo de aquellos de juventud, aquellos que eran cortos, que corrían velozmente tras las agujas del reloj hacían que el recuerdo y la vivencia fueran casi rítmicos pareciendo se produjeran en el mismo instante.

Recuerdos que en definitiva son parte de una construcción vital y que pertenecen a cada uno, que se defienden de la atonía mental y que desde el silencio o desde la algarabía bullanguera afloran calladamente a la memoria dormida un día cualquiera.

Volver al recuerdo es desandar un camino al revés, es ir contra la majadería de los días e ir al encuentro del tiempo que se refugia en personajes entrañables, en situaciones donde la armonía vivía con fuerza y donde uno se contempla con la vivacidad de los viejos momentos y que refuerzan, al traerlos, el ímpetu de las horas pendientes y que el reloj del tiempo está dispuesto a marcar.