Se ha convertido en costumbre habitual que cuando fallece alguien conocido sean multitud quienes se aprestan a glosar sus méritos. Debe ser que elogiar -o criticar- a una personalidad, incluso en el trance de su muerte, sitúa a quien lo hace en la palestra social. Por eso a Emilio Botín no le han faltado biógrafos del último minuto dispuestos a convencernos de lo provechoso que ha sido su labor para este país. Desde el Rey (me refiero al Rey Felipe VI, pues es perentorio especificarlo habida cuenta de que ahora hay dos reyes y dos reinas, aunque los de antes ya no reinan; qué locura) hasta el presidente del Gobierno de Canarias, pasando por un sinfín de personalidades intermedias, nos han recordado que España ha perdido a uno de sus grandes hombres.

Lamento que haya fallecido Botín como siento el óbito de cualquiera que, como él, aún podía vivir varios años en condiciones físicas aceptables. Por ahí, mi mayor respeto y mis más amplias condolencias a familiares y allegados. Lo incomprensible, por no decir lo inaceptable, es un baboseo que posiblemente sería desagradable para el propio finado si pudiese verlo, que a lo mejor lo está viendo allá donde se encuentre. Sobre todo considerando que siempre fue norma suya y de su familia pasar lo más desapercibido posible.

Dicho esto, la realidad es que Emilio Botín, como banquero, siempre fue a lo suyo. Como ha dicho alguien estos días, no se sumó el señor Botín a la saga familiar de banqueros precisamente para hacer amigos. Heredó y perpetuó una tradición de banca dura, de ventanilla, con luces y sombras. Verbigracia, aquellas famosas cesiones de crédito que lo persiguieron como una pesadilla durante 14 años. La Fiscalía investigó más de 47.240 operaciones con unos 3.500 titulares por un importe superior a los 2.600 millones de euros, susceptibles de ser catalogadas como posible delito fiscal. Sin embargo, ni él ni ninguno de los directivos del Santander fueron condenados. Ni siquiera fueron procesados. Botín nunca fue condenado por nada, aunque tuvo que sentarse en el banquillo en 2005 por el caso de las pensiones millonarias de Amusátegui y Corcóstegui. No fueron estos sus únicos encuentros con la Justicia pese a que, lo reitero, todas las veces salió "ileso".

Sus relaciones con la política consistieron en ponerse siempre del lado del poder. Apoyó a Aznar en una época en la que toserle a Felipe González suponía la ruina para el osado. Luego, cuando intuyó un nuevo cambio, se puso del lado de Zapatero. Apoyo que se cobró, entre otras cosas, con el vergonzoso indulto a Alfredo Sáenz aprobado en el último consejo de ministros del anterior Gobierno socialista. A Rajoy lo hizo esperar hasta mayo de este año para darle su bendición.

La Comunidad canaria siempre le quedó distante tanto a él como a su banco. En junio pasado el Santander anunció que destinaría 803 millones de euros para créditos a las pymes de las Islas dentro de su programa Advance, y poco más. Demasiado ruido para tan pocas nueces.

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