Contó en su momento Felipe González que cuando él era presidente del Gobierno y Enrique Tierno Galván alcalde de Madrid, pasaron una noche por la Plaza de Oriente y se quedaron mirando la catedral de La Almudena, entonces aún en construcción. "Acabamos eso de una vez", le preguntó Tierno a González. "Nadie nos lo agradecerá". "Ojalá sea sólo eso", respondió el alcalde. "En este país ninguna buena acción queda sin su justo castigo".

Esta frase, que originariamente no es de Tierno Galván sino del controvertido cineasta Billy Wilder, muestra la esencia de cómo funciona no sólo este país sino cualquiera; tampoco nos laceremos más de lo necesario. Porque, no nos engañemos, muchos comportamientos humanos a primera vista inexplicables quedan perfectamente claros a la luz de la envidia. Esa envidia de la que nadie es realmente digno, decía Schopenhauer, porque si somos capaces de imaginar lo que va a suceder mañana, dentro de una semana, de aquí a un año o pasada una década, si somos capaces de ver cuál es el destino que nos aguarda a todos, sin excepción alguna, cuando esto vaya acabando para cada uno de nosotros, la envidia pierde su razón de ser -si es que alguna vez la tuvo- y con ella cualquier delirio de resarcimiento.

"¿Esa persona? Qué raro. No recuerdo haberle hecho ningún favor", dicen que decía Romanones cuando alguien le comentaba que tal o cual individuo iba por ahí poniéndolo a caer de un burro. Únicamente por entender este absurdo, a la vez que atroz, comportamiento humano de devolver mal por bien estaría dispuesto a emplear cuatro años, o cinco, o los que fuesen menester en estudiar Psicología. Lo malo es que ya no me queda tiempo casi ni para dormir. Al final he comprendido que cuando se tienen demasiados calderos al fuego, lo más probable es que se queme alguno; o todos. Razón de más para no perder ni un minuto maquinando venganzas. ¿Han pensado ustedes alguna vez cuánto tiempo se derrocha en este país pensando la forma en que podemos perjudicar al prójimo? Si esa energía la empleásemos en asuntos útiles posiblemente no estaríamos como estamos.

Lo peor de las siempre nefastas -por inútiles- revanchas no ese tiempo que se pierde en idearlas; lo peor es el ambiente de desconfianza generalizada que se crea. Si nos quedamos en la política -dependemos de lo que hacen los políticos nos guste o no-, ¿es sensato que en un país laboralmente agónico no exista ni la más remota posibilidad de acuerdo entre los dos grandes partidos para salir de la depresión económica en la que seguimos hundidos? Esto vale tanto para la España peninsular como para Canarias, aunque aquí el acuerdo debería incluir a los nacionalistas de CC; espinoso asunto habida cuenta de que en este partido ahora mismo ni siquiera hay acuerdo interno. Mañana, o como muy tarde el sábado, salimos de dudas acerca del candidato.

Qué penoso es todo esto y qué suerte, aun en su desgracia personal y familiar, tienen los jóvenes obligados a emigrar.

rpeyt@yahoo.es