1.- Los tiempos están descambiados, dice el mago, y dice bien. Ahora estamos padeciendo una ola de calor, que tenía que haber llegado en agosto y que se ha retrasado, como casi todo en este país. Cuando uno no tiene nada de qué escribir habla del calor. Curiosamente del calor, nunca del frío. El frío es más reacio al artículo que el calor, que ocupa páginas y páginas de los periódicos. Vende más una ola de calor que una ola de frío polar, que es el que a mí me gusta para no sudar y no tener que usar el aire acondicionado, que me acompaña todo el año. Esta ola de calor no es propia, sino que se extiende a toda España, a pesar de las tormentas o por eso mismo. El otro día me tuve que venir de Madrid a causa del calor. Le dije a : "Empaqueta, que nos vamos", porque además me dio un ataque de claustrofobia en el hotel; lo que nunca. No fui ni a la Cuesta de Moyano a buscar libros viejos y baratos. Nada. Para Tenerife, de donde nunca debí salir y de donde jamás salgo ya, si no es por algo muy médico.

2.- He contado alguna vez que, en tiempos, cuando no había noticias para primera página, y siendo época de la oprobiosa, los directores tenían un recurso que no fallaba y que era muy valorado por la censura: "Hambre en Rusia", titulaban. Y se inventaban una historia, a partir de un teletipo recibido que hablaba de problemas de abastecimiento en una de sus repúblicas. Había que echarle a Rusia toda la mierda posible y si era mierda de hambre, mucho mejor. Vivíamos tan engañados como ahora sólo que entonces nos engañaba la dictadura de Franco y ahora nos engañan los bancos, que son dictadores más modernos y mucho más implacables. Pero siempre hay alguien que nos está mandando la pifia.

3.- Ahora tengo que volver a Madrid, pero sólo serán dos días, así que ya estoy temblando, más que nada por lo de la claustrofobia, que es una jodienda. Yo siempre me burlaba de los claustrofóbicos y el Señor me castigó. Palliser me parece que la sufría; y ahora yo. No hay que decir nunca de este agua no beberé. Me sobrevino tal hambre de aire que me asusté, abrí la ventana de la habitación y no podía respirar porque fuera había 40 grados. No quiero ir a ninguna parte ya, sólo lo hago por necesidad. Siempre me decían mis padres que como aquí no se vive en ninguna parte. Y yo no lo quería creer, pero ahora sí. Lo de fuera no existe.

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