La genética es la genética, y mi padre heredó la vena humorística del suyo, es decir, de mi abuelo, Juan Bautista Oliva, en el que creo que hay que situar la génesis o el arranque de todo el proceso humorístico de mi parentela, pues tengo entendido que mi bisabuelo, que se llamaba Melquiades, era un sieso y un aburrido de mucho cuidado, empezando por su nombre, que tiene más de profético que de coñón.

Mi "pater" era íntimo amigo del doctor Enrique González, al que premurió, y ya estuviera enfermo o sano, siempre iba por las mañanas a su consulta en La Laguna, calle San Agustín, llamada en sus inicios como calle Real, y allí daban los dos un repaso y una puesta al día de la actualidad social, económica y política, siendo ambos mutuos asesores, cómplices, confesores, pero sobre todo amigos, además del alma. Ambos nos dejaron pronto y dejaron un montó de conversaciones pendientes e inacabadas.

Cuando nuestro querido obispo güimarero Domingo Pérez Cáceres estaba pasando el proceso de su maligna enfermedad y aún no se sabía con certeza el origen y la causa de la misma, y menos aún su alcance, mi padre le dijo un día en la consulta a Enrique: "Yo sé lo que tiene el obispo", contestándole el médico: "Mira Juan, tú sabrás de leyes, de juicios, pero de medicina, que es lo mío, no tienes ni puta idea, pero estoy expectante", y terminó por preguntarle: "¿Qué tiene don Domingo?", remachando mi padre diciendo: "Está clarísimo, lo que tiene el obispo es una severa insuficiencia mitral". Su amigo, el doctor, no pudo menos que descojonarse, lo cual era muy común entre ambos.

Un día recibió en su consulta al señor obispo, quien se sentó en la camilla para ser auscultado, pero éste se resistía a despojarse de su ropa interior por pudor o por cierta vergüenza, por lo que Enrique no tuvo más remedio que decirle: "Aquí no vale ser obispo, aquí lo tengo que ver como a cualquier mago".

En una ocasión, alguien le estaba haciendo unos encendidos elogios de una determinada familia, que era muy sólida, como una piña, que la forma en que llevaban era poco menos que modélica y cuando el sujeto terminó la exposición, pregunta el obispo: "¿Ya partieron?".

Mi padre decía que por no tener, no tenía ni donde caerse muerto y que nunca se cambiaría chaqueta, no solo por su ideario político, sino sencillamente por no tener otra. Lo cojonudo fue cuando le dijo a Enrique González que Hacienda nunca le podría llamar, pues carecía de teléfono. Un día le dijo el galeno a mi padre: "Juan, te he hecho una revisión y te encuentro muy bien, por lo que si quieres te pasas por aquí dentro de cinco años", contestándole mi padre: "¿Por la mañana o por la tarde?".

Un domingo por la mañana, le tocan en la puerta del despacho de mi padre, abre y se presentan dos testigos de Jehová, es entonces cuando reacciona mi progenitor y les dice que los domingos no recibe ni a funcionarios judiciales ni a clientes ni a abogados y muchos menos a testigos, y que además no atiende ni al teléfono. Unos días antes le habían dicho, al ser preguntado por un par de chicos bien trajeados, si quería ser testigo de Jehová, y respondió que él no había visto el accidente.

Una tarde, el abogado González de Aledo trataba sin éxito de contactar con mi padre, pues había que presentar un importante recurso que vencía a las doce de la noche. Llovía esa tarde en La Laguna, igual que aquella copla de isa que dice: "Buenas noches laguneras/ noches de hielo y de frío/ la calle de la Carrera/ ya no es calle que es un río". Y pasadas las diez de la noche, toca en la puerta de Aledo mi padre, enchumbado de arriba a abajo, bajando el agua de las alas de su sombrero como auténticas cataratas. Fue entonces, cuando el letrado le pregunta a mi padre: "Pero don Juan, ¿en qué coño vino?", contestándole mi padre: "En el Villa Madrid, don Manuel".

Unas beatas pidieron hablar con el obispo don Domingo, al que rogaron que prohibiera los bailes en los carnavales que estaban próximos a celebrarse, pues según ellas eran pecaminosos y hasta allí se podía apreciar el hedor de la corrupción y la perdición, a lo que don Domingo les responde: "Hijas mías, estáis equivocadas, a ustedes el olor que les llega es el de la vaquería de don Juan Núñez, que está enfrente, y dejen que el pueblo se divierta sanamente por lo menos una vez al año, pues con ello no hacen mal a nadie".

Un tipo le dijo a otro: "Fíjate de qué calado es la crisis que el otro día se casó un amigo y tuvo que irse de luna de miel solo".

Hasta la próxima, no me fallen y el humor ha venido para quedarse.

* Pensionista de larga duración