Y me quedo corta en calificativos ante el espécimen, del que no me considero congénere, que agredió físicamente a la socorrista de servicio en la playa de Radazul el pasado sábado. El personaje y su familia son habituales en este rincón de la costa, donde suelen acampar durante todo el día con vástago incluido, aunque quien se encarga de su cuidado suelen ser los socorristas, ya que el niño ha hecho de este lugar público su feudo particular y, su familia -preocupada por tomar el sol y lucir palmito- no suele prestarle mucha atención. Son de estos padres progres, que alardean del contacto con la naturaleza, de la importancia de educar en libertad, criando así un zarzal incontrolado y confundiendo su deber como progenitores con eso que se lleva tanto de "ser los amigos de los hijos". ¡Cómo se engañan!

Volviendo al suceso en cuestión, más propio de lo que antaño se relacionaba con las gentes de mal vivir, les diré que la marea había bajado de manera considerable en ese día, por lo que la socorrista estaba preocupada por los niños que suelen lanzarse en la punta de la escollera, evitando así que pudiera haber un accidente. El vástago del maltratador no hizo caso de la advertencia de la misma y retándole se tira al agua, por lo que esta vuelve a apercibirle de que no lo haga. Entra entonces en acción la hembra de la manada, para indicar al niño de viva voz que no hiciera caso a esa señora, que quien únicamente podía darle órdenes o prohibirle cosas era ella, que siguiera con su juego. Le secunda el chulo de la playa, o sea el padre, no solo animándole a desobedecer, sino predicando con el ejemplo, pues se lanza delante de la socorrista, que le apercibe con el silbato.

Lo que vino a continuación fue algo inaudito. El espécimen cobarde sale del agua y le planta cara a la chica, intimidándola con el pecho, dando manotazos varios y proporcionándole una cabezada en la frente, lo que le origina una pequeña brecha. Se incorpora al cuadro de actores la mamá del niño, la cual, además de propinarle algún golpe e insultos varios, se le arroja encima -algo más que literalmente- para tirarle del pelo. El coro de espectadores impidió que la cosa fuera a más, llamando a la Guardia Civil, que ya se hizo cargo de la situación, identificando al maltratador y atendiendo a una chica joven, asustada, que lo único que pretendía con su trabajo era evitar daños irreparables a la ciudadanía, acabando vejada públicamente, zarandeada y herida.

La actitud de cobarde de este chulo de playa, de maltratador, no debe quedar impune, sobre todo porque no es un buen ejemplo para la sociedad en general, pero mucho menos para los niños que se arremolinaron a ver el lamentable espectáculo. Lejos de enseñarles a respetar, de observar el principio de autoridad de la socorrista -cuyo criterio podrá cuestionarse o no, pero lo tiene-, le reta y le agrede de palabra y de hecho, saltándose a la torera el sentido común, dando la impresión de que las leyes no están para cumplirlas y que, en su libre albedrío, el ser humano puede sacar su parte más animal y prehistórica, intimidando a una mujer a base de golpes, de abuso de la fuerza bruta.

Así, de esta manera tan sencilla, se gestan quinceañeros indómitos que, tras recorrer caminos varios, pueden dar lugar a individuos antisociales, con problemas de conducta que les lleven a la marginalidad, a la exclusión de una sociedad herida por personajes de la calaña de este progenitor, un chulo de playa maltratador, cuya capacidad de raciocinio solo le llega para actuar como un cobarde.

Y para que no quede duda, me refiero a Vd., al del bañador azul, con una cruz roja sobre fondo blanco y detalles en negro, ¡maltratador!