La complejidad del ser humano se manifiesta en innumerables vertientes. Las situaciones particulares que cada uno afronta en la vida -laborales, familiares, anímicas, religiosas...- nos hacen reaccionar de manera distinta, dependiendo de la educación que hemos recibido, el entorno que nos condiciona, la ideología de nuestros amigos, etc. No soy yo quien responde a los estímulos externos que han formado mi personalidad, sino que es la suma de ellos la que establece mi respuesta. Un ejemplo de Física nos indica que si un objeto recibe distintas fuerzas desde diferentes puntos no se moverá siguiendo el impulso de la más fuerte sino el de la suma de todas ellas; lo que se llama la resultante.

Todo este introito -creo que conveniente- me sirve para indicar el rechazo que me producen quienes se aprovechan del buen hacer de los demás. Pero, ojo, no me refiero solo a mejorarlo sino, con frecuencia, a empeorarlo; lo que me hace pensar que el título de este comentario debería de ser "Los envidiosos". En esta tesitura, ¿de qué otra manera podríamos tildar a quienes nos roban las ideas, enarbolan enseñas como pioneros, cambian su rumbo al comprobar que son otros los que prosperan o se arrogan actitudes que nunca han defendido? El pueblo llano, con su sabiduría ancestral, los define muy concisamente como trepas. Por muy alto que sea el concepto que tenemos de una persona, por muy bien que nos hablen de ella, bastará que alguien nos diga -a menudo sin fundamento- que es un trepa para que lo pongamos en entredicho.

También hay quienes los llaman chaqueteros, gente dispuesta a vestirse con la prenda que la ocasión requiere, olvidando por "necesidad" sus más recónditas convicciones al respecto. ¿Quién, si va a un restaurante donde solo se admite a clientes con corbata, no acepta la que el metre le ofrece para poder acceder a él? Lo lógico sería dar media vuelta e ir a otro establecimiento donde no sea obligatorio el uso de la mencionada prenda, pero los usos sociales nos condicionan -me apresuro a decir, quizá por mi edad, que soy partidario de ellos- y al final transigimos traicionando nuestra visión al respecto.

Hay que tenerle miedo al trepa, al chaquetero, al aprovechado... Nos despoja de nuestras creencias, nos separa de los amigos, nos arrulla con cantos de sirena para hacernos cambiar de derrotero. Son seres nocivos que la sociedad debería poder erradicar de un solo tajo. Pero esto, a nadie se le oculta, es imposible puesto que es la misma sociedad la que lo genera; quizá como un engendro, pero es ella misma la culpable al potenciar la intriga, el engaño, la maledicencia y tantos otros ismos que son el pan nuestro de cada día.

Claro está, por otro lado, que el mundo continúa girando -al menos el ser humano- merced a todas estas lacras que critico. Sin ambiciones, sin deseos de hollar otros caminos, la humanidad no habría progresado. Seríamos irracionales, solo dispuestos a cambiar nuestro estado llegada la hora de alimentarnos. Todo en la vida tiene su cara y su cruz -pobres y ricos, sanos y enfermos, altos y bajos, gruesos y delgados...-, pero, pregunto yo, ¿no sería posible evitar que las diferencias fuesen tan profundas? Una sociedad en la que reinase cierta igualdad no estaría tan expuesta a los vaivenes que en la actualidad soporta. Llenarse la boca con proclamaciones rimbombantes sobre la propia honestidad apenas sirve de nada, pues pocas gotas no forman un mar y, desgraciadamente, son pocas todavía las que caen.

Lo que hace falta para cambiar la situación es una actitud firme y decidida de los gobiernos, imponiendo una serie de medidas que nos inculquen -la letra, con sangre entra- los fundamentos que la sociedad requiere para que la convivencia mejore. Católico por convicción, creo que los principios que rigen mi creencia son apropiados, pero puede haber otros; aunque no creo que disten mucho de la moral católica. Potenciar la familia, insistir en la implantación de lo que se ha dado en llamar buenas costumbres es una tarea que ningún gobierno es capaz de llevar a cabo pues se lo impiden los intereses privados de las multinacionales. La sociedad, en consecuencia, poco a poco se corromperá cada día más, habrá más pobres, más gente que querrá abandonar su precaria situación con métodos poco ortodoxos, haciendo aún más abismales las diferencias.

Habrá quien me tilde de catastrofista, pero ahí están la hemerotecas para confirmarlo. Sí, la técnica ha mejorado nuestro entorno, pero, el ser humano, ¿ha mejorado?